viernes, 21 de octubre de 2011

LA FEA, LA LINDA Y UN TRÍO CODIFICADO.

Milo Manara

La profesora adjunta de Estética era una perfecta imbécil. Una de esas minas que confunden Worringer, o un análisis de Heidegger sobre Van Gogh, con Max Factor, o L’Oréal, qué sé yo. Y la mayoría de sus alumnas, tilingas como ella, se esforzaban para ver quién decía la pelotudez más galopante. Era insufrible. Y pensar que el titular de la cátedra era nada menos que Emilio Estiú. ¿Habrá sido para equilibrar tanto talento y sabiduría que pusieron semejante pelmazo como adjunto? Si así era, había que reconocer que contrapesaron bien.
Entonces fue que una de las alumnas se apartó de esa bandada de avechuchos graznadores que se habían apiñado en el frente del aula, cuando la tarada mostró no sé qué abalorios traídos de Grecia, y vino cerca del fondo a sentarse en el pupitre de al lado. Era el tipo del que solemos decir por aquí que “el culo le cuida la cara”. Típica mina feúcha con un lomo que te la voglio dire.
-Qué manga de pelotudas, ¿no? -Soltó, y me simpatizó de inmediato.
-Ni hablar -respondí, escueto como suelo ser mientras me dura la timidez, que se circunscribe a mujeres y en los primeros minutos de conocimiento mutuo.
-Éstas sí que no tienen problemas.
-¿A qué te referís?
-Me refiero a que son el prototipo de la juventud que quieren los milicos hijos de puta éstos.
Era 1976. Antes de ingresar a las aulas del subsuelo en la Facultad de Humanidades, éramos palpados de armas, y nuestros libros y carpetas cuidadosamente revisados, a veces hoja por hoja (de acuerdo a la cara y/o apariencia del educando, en curioso análisis lombrosiano cuyo primitivismo jamás dejará de sorprenderme).
-Ahá. ¿Cómo te llamás?
-Vilma, ¿vos?
-Cratilo, y estoy aburrido. ¿Vamos a la mierda?
-¿Y qué va a decir la descerebrada ésta?
-No sé ni me importa.
-Claro, a mí tampoco. Vamos.
Poco después estábamos tomando unos vinos en el living de su casa, una casa bien humilde, que compartía con otra estudiante de su pueblo.
-¿En serio te llamás Cratilo? Me estás jodiendo…
-No, en serio. Y tengo un tío que se llama Heráclito.
-Dejá de hacerte el boludo.
-No, en serio.
-¿Acaso la tara filosófica es hereditaria, en tu familia? ¿Una secuela psicológica, que se transmite como una especie de sífilis metafísica?
-¿Siempre decís cosas como ésa? ¿O ya te pegó el vino?
-Ah, ahora la rara soy yo…
-En todo caso, merecerías ser de mi familia, con las cosas que decís.
Me levanté, algo inquieto -tal vez las hormonas habían comenzado a esparcir en mi interior sus apremiantes efluvios- y me acerqué a una ventana muy alta, típica de las casas viejas. Daba a un fondo muy verde y con árboles frondosos. Tomé un buen trago de vino, aspiré el cálido aire de la noche y encendí un cigarrillo. Vilma se acercó, copa en mano, y se detuvo a mi lado.
-Lindo fondo, ¿no?
-Sí, muy lindo. Y la noche está hermosa.
-Hace un poco de calor, sin embargo.
-Prefiero mil veces el calor que el frío.
-Claro, con el calor podés andar en bolas, ¿no es así?
Y me miró con sus ojos de huevo frito, bailoteando el iris en medio de la gran membrana esclerótica que quedaba a la vista. Quería expresar picardía, pero los rasgos no la ayudaban; por el contrario, le daban un toque de locura muy inquietante. Volví a beber, pensando que la fijeza de mi atención en ese rostro no ayudaría mucho que digamos a recoger el guante de la impudicia. Debía concentrarme en su cuerpo, pero nuestras posiciones, acodados sobre el marco inferior de la ventana, conspiraban contra ello so riesgo de quedar como un mirón impenitente.
-Entre otras cosas por eso, sí. Pero por mí no te detengas, si querés desnudarte -dije, sintiendo como avanzaba un paso hacia el abismo peludo.
-Ahá. Dame un par de vinos más.
-Los que quieras. Es tu mambo.
-Y vos, ¿te vas a enganchar?
-No te entiendo. ¿Enganchar en qué? -Pregunté, haciéndome el desavisado.
-No te hagás el boludo -me sacó la ficha-. En desvestirte vos también.
-Ah, eso. Dame un par de vinos más.
Entonces hablamos generalidades, de ésas que son más excusa que otra cosa, por cuanto nuestras jóvenes sangres estaban tironeándose en jaleos mucho más sutiles que los que pueden transmitirse en términos coloquiales. Hasta su perfil, mirando hacia afuera, me parecía ahora aceptable. Ni hablar de sus hombros y espalda, totalmente a la vista en el ajustado solero estampado. Y ya no lo pude evitar y miré la parte alta de sus ancas, sobresaliente dada la posición del torso inclinado sobre la ventana. Y eso fue determinante, además del catalizador alcohólico: comencé a acariciar aquella maravilla de la naturaleza. Ésa era una emoción estética, y no las boludeces que hablaba la adjunta. Vilma gimió levemente, bebió un trago de vino haciendo mmmmhhh y luego diciendo qué bien se siente eso…
Mientras era presa de una férrea erección, deslicé mis dedos sobre la línea de fuego de ella -que de veras estaba caliente-, aún sobre el vestido y las bragas, y entonces, refregándose contra mi mano y volcando buena parte del contenido de su copa, tuvo un orgasmo largo y desesperado. Ni bien acabó, hube de retirar mi mano para no correr igual suerte. Vilma se volvió hacia mí, transpirada y sonriente y comentó:
-¡Y eso que aún no nos pusimos en bolas!
-Lamento no haber respetado el libreto. Pero siempre hay tiempo, ¿no?
-Es lo que sobra. Esperá que voy a servirme más vino, que lo volqué todo.
-Traé las botellas.
-Qué, ¿nos vamos a quedar acá?
-Y, tan mal no la pasamos, hasta ahora.
-Tenés razón.
Antes de traer la botella, se quitó el solero. ¡Mamma mía, qué pedazo de físico! Cavilé que una buena manera de retrasar mi eyaculación podría consistir en mirarle a la cara, y detenerme en su cuerpo cuando la flaccidez de mi miembro, sobreviniente ante la visión de las poco armónicas facciones, necesitara estímulo. Y vaya que tenía con qué estimular. Una fina lencería negro semitransparente daba el toque magistral para dar acabado a una verdadera Venus con cabeza de Gárgola. (No me van a negar que la dicotomía cuerpo-rostro no ofrecía ventajas operativas evidentes, respecto de la regulación de la libido.)
Continuamos bebiendo, Vilma comenzó a desprenderme la camisa y a acariciarme el pecho. Por suerte, estaba de frente, con un primer plano de la cara. Así y todo no me fue tan fácil. Cuando los engranajes del instinto se engarzan, su tracción parece asumir características de piñón fijo.
Lentamente, me fue desvistiendo. Yo tragaba vino a mansalva, quién sabe para ahogar qué recónditos temores. Algo realmente indefinido, pero inquietante. Y no era momento de practicar autoanálisis ni mucho menos. El tiempo para pensar ya había pasado, hacía rato ya. Me bajó los pantalones y comenzó a acariciar mi erección, abajo arriba y viceversa, con su dulce mano en el interior de mi calzoncillo. Yo en tanto la besaba manteniendo mi vista fija en su fealdad, por las razones que acabo de referir en el párrafo anterior. Pero todo se complicó cuando bajó mi ropa interior hasta los tobillos y se puso en cuclillas. A punto estaba de rociarla cuando alguien introdujo ruidosamente una llave en la puerta de calle. Vilma se incorporó de un salto, y yo quise dar un paso y me enredé con pantalones y ropa interior y casi me voy de boca.
-Pará, no pasa nada. Es Brenda, mi compañera.
-Ah, está bien. Ya me veía cagado a golpes otra vez. -Y comencé a vestirme, ya calmo pero apurado por la situación. Vilma comenzó a enfundarse en el solero, cuando la parte elástica se le trabó a la altura de la espalda. La estaba ayudando cuando entró Brenda.
-¡Ups! Disculpen, no sabía…
-Pasá, está todo bien.
-No, no me hagan sentir mal. ¡Qué boluda! Me voy a mi habitación.
-No, pará, te digo que no pasa nada. Vení a tomar unos vinos con nosotros.
-¿Te parece?
-Claro, vení, no seas boluda. Él es Cratilo. Cratilo, Brenda.
-¿Cratilo, en serio?
-No empecemos… -dije, fastidiado. Supongo que el interruptus tendría que ver con ello. -Cratilo, no sé si en serio o en joda, pero ése es mi nombre.
-Perdón, no quise…
-Está todo bien.
Brenda, a contrario de su amiga, era hermosa. Morena, de pelo ondulado, ojos claros y rasgos muy finos. De estatura algo baja y bastante menuda de fisico, pero con UN BUEN PAR DE TETAS. Que cuando las portadoras son delgaditas, las tetas grandes lucen muchísimo más y se tornan tremendamente más apetecibles. ¿O no, lector sensible a las categorías estéticas?
-Es un poco reactivo a su nombre sofístico, tal vez lo hayan fustigado mucho en la escuela, o algo por el estilo -aclaró Vilma, como si me hubiera conocido de toda la vida.
-No me molesta mi nombre. Solamente que encuentro molesto la pregunta subsiguiente a cada presentación. ¿En serio?
-Bueno, lamento no haber sido original -repuso Brenda.
-No es nada personal, linda. Simplemente te explico lo que me pasa. Y dejemos un poco este psicoanálisis berreta, por favor.
Mientras le seguíamos dando al tinto, ellas se pusieron a hablar entre sí:
-¿Saliste con Silvio?
-De ese pelotudo ni me hables.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?
-Nada, que es un pajero. Le quise dar y me salió con que teníamos que esperar un poco, que me toma muy en serio, que no quiere que por apurarnos el sexo pueda generar conflictos, y toda esa sarta de pelotudeces.
-Tiene miedo -tercié, haciéndome el hombre de mundo.- Eso es cobardía sexual.
-¿Te parece? -preguntó Vilma.
-Claro -respondió Brenda-, tiene razón. Más claro, echale agua. El boludo debe tener miedo a que no se le pare, o vaya a saber qué cosa.
-¿Cuántos años tiene?
-Veintidós, ¿por?
-No sé, parece mucho, pero por ahí todavía no la puso nunca.
-¿Sabés que lo pensé?
-No sería nada raro. Caso contrario está loco, si se pierde un caramelo semejante.
Apenas lo dije se me ocurrió que había metido la pata hasta el cuadril. Más, cuando Vilma me preguntó:
-¿Te gusta mi amiga?
-Otra vez, nada personal, pero tu amiga es una mujer muy bonita. ¿A quién no le gustaría?
-Entonces, te gusta.
-Repito, me gustan las mujeres lindas, y tu amiga es muy linda.
-Entonces, yo no te gusto.
-¿Por qué, decís eso?
-Vamos, amigo, si hay algo que no soy, es linda. Y todos lo sabemos.
Yo ya había bebido el vino suficiente como para mover la lengua antes que el cerebro, así que le dije:
-Bueno, depende de lo que entiendas por linda. No me hagás hablar, pero si no me gustaras no me habría puesto al rojo vivo, hace apenas unos pocos minutos.
-Bueno, tengo un cuerpo pasable, sí, pero…
-¿Pasable? -Interrumpí.- Tenés un lomo infernal, negra. Otra que pasable…
-¿Ves? Ya interrumpí y sigo en el medio -observó Brenda. -Me voy a mi habitación.
-Esperá, que la charla está más que interesante. Entonces, te gusta mi amiga, ¿no es así?
-Dale, me gusta, Me gusta y me regusta. ¿Y con eso qué?
-Y a vos, Brenda, ¿te gusta mi amigo?
(Qué raro, parecía estarla jugando de Celestina)
-No me jodas que hace un montón que no tengo sexo. (Danger)
-¿Te gusta o no te gusta?
-Te dije. No me jodas. Si no, pónganse a coger mientras me masturbo.
-No hace falta, vos sabés que en esta casa se comparte todo.
-Heyheyheyheyheyheyhey -protesté, fingiendo agravio, ya que estaba encantado por el cariz que estaba tomando la situación. Una fantasía tal, concretada a una edad tan temprana, no era moco’e pavo. -Tampoco soy un lavarropas, o cien gramos de salame y cien de queso.
Ambas rieron, y comenzaron a besarse. Vilma estiró el brazo y comenzó a acariciarme la entrepierna. Llegamos hasta un gran sillón de cuero y fuimos desvistiéndonos, lamiendo, tocando y haciendo todos esos adorables etcéteras que -como descubrí entonces- se multiplican exponencialmente al agregar un factor numérico a la pareja clásica. Brenda me hizo sentar sobre el respaldo del sillón y, en cuatro patas, llevó mi pene a su boca y comenzó a trabajar, mientras Vilma le jugueteaba con un aparato desde atrás, muy abiertos sus ya de por sí desmesurados ojos. Brenda estaba como loca. Por suerte yo había bebido el vino suficiente como para mantener una respetable erección sin acabar, cosa que al cabo de tanta bebida solía ser trabajoso. Esta vez venía muy bien, dadas las circunstancias. Vilma entonces dejó de meter y sacar el aparato y hundió su fea cara entre las nalgas de su amiga, provocándole un violento orgasmo. Con la acabada, y el rostro de Vilma oculto entre los glúteos de Brenda, por un momento pensé que acabaría yo también, pero logré capear el temporal.
Entonces, como en una rotación que me recordó un partido de voleibol, Vilma quedó boca arriba, con las piernas levantadas, mientras yo le daba y le daba. Entre tanto Brenda, a horcajadas sobre el desagraciado rostro, gozaba de un espectacular cunnilingus mientras me besaba y soltaba quejidos, producto de esa dulce tortura. Otra vez me subió la presión, ya me estaba cansando de contener los flujos y reflujos de la marea seminal. Entonces tocaron a la puerta. Otra vez no, me dije, perdiendo algo de concentración.
-No le des bola -indicó Brenda, estremeciéndose aún. Desde allá abajo, y con el molusco en la boca, Vilma respondió algo ininteligible.
Estábamos entrando de nuevo en gran clima cuando volvieron a tocar, esta vez insistentemente. Vilma empujó levemente a su amiga y se incorporó, exclamando:
-¡LA PUTA QUE LO REPARIÓ!
Antes de ir a atender, se volvió hacia Brenda y le hizo una seña levantando el índice, como de advertencia. Supuse que tenía que ver conmigo, pero no tuve mucho tiempo de pensar en ello, porque ni bien salió del living, su amiga se me subió encima, manoteó mi pene, lo dirigió y se lo introdujo con pasión y premura. Y comenzamos una cabalgata frenética. Mientras nos sacudíamos como si la vida nos fuera en ello, se me escapó una leve exclamación, a lo que Brenda abrió los ojos alarmada y se llevó él dedo a la boca, indicándome silencio. Entonces seguimos, con enjundia tremenda pero silenciosa. Y así pude oír una discusión de Vilma con otra mujer, acerca de algo que parecía ser un conflicto motivado por el pago de la renta de la casa. No son horas de venir, oí decir a Vilma. Ah, ¿no? Resulta que ésta es la única hora en la que encuentro a alguien, respondia la otra. Y nosotros propinándonos violentos caderazos. Afuera la discusión subía de tono, y sobre el sillón subía la temperatura. Por fin oímos un portazo, y Brenda acabó, a los gritos. Y yo junto con ella, eyaculando y gritando a causa del orgasmo tantas veces retenido. Entonces entró Vilma, como una tromba.
-¿QUÉ HACÉS, HIJA DE PUTA?
-Y bueno, qué querés, me tenté -respondió, mientras se salía de mi aún erecto anclaje y se volvía hacia su amiga.
-HABÍAMOS QUEDADO QUE CON PENETRACIÓN NO! ¡A ÉSTE LO TRAJE YO, Y HABÍAMOS QUEDADO EN…
-Ya te dije, me tenté, no pude aguantar.
-¡No, pero las cosas no son así! ¡Yo siempre respeté…
-¡Me tenés podrida! Ya está, ya me lo cogí. ¿Qué vas a hacer, ahora?
-¡CAGARTE A TROMPADAS, HIJA DE PUTA!
Y se agarraron de las mechas, como suelen hacer las mujeres. Pero Brenda aparte le daba puñetazos en las costillas. Paren, che, dije, no muy seguro de que en realidad quisiese que lo hicieran. Estaba bueno; si bien no terminaba de entender los móviles de la gresca, ni mucho menos los códigos que regían su relación, me resultaba excitante. Pero cuando Vilma agarró una botella vacía debajo del fregadero, me pareció que la cosa se estaba poniendo muy guarra. Así que me vestí rápidamente, tomé un buen vaso de vino y fui hacia la puerta. Cuando iba a cerrarla detrás de mí, me pareció que los gritos y el escándalo daban lugar a gemidos, no pude discernir si de lucha o sexo. Tal vez yo sólo había servido de precalentamiento. Me quedé oyendo otro poco y tuve el impulso de regresar, pero primaron la razón y la prudencia.
Entré al bar de siempre, y allí estaba el Luiggi. Pedí un vodka con naranja.
-¿Dónde andabas, boludo? -Me preguntó.
-Qué, sos mi mamá, ahora?
-No, idiota. Pasa que vino Agnese -algo parecido a una novia que supe tener- y dijo que la habías citado acá.
-Huy, cierto. Me olvidé por completo.
-Ves que sos un idiota… si yo tuviera una mina como ésa, minga que me iba a olvidar.
-Minas, minas… -dije.
-Hacete el canchero, dale, mirá que ahí viene.
La vi entrar, airada. Era linda, sí. Pero qué iba a hacer.
-¿Se puede saber por donde andabas?
Y yo, que a veces con la borrachera me pinta de honestidad -sobre todo cuando por h o por b tengo las pelotas rotas-, le respondí:
-Estaba garchando con un par de locas.
.¿Encima te hacés el boludo?
-Debo ser, porque no me estoy haciendo el nada.
-¿Siempre es lo mismo, con vos?
-Si te aburre, ¿por qué no te tomás el buque?
-Tenés razón -dijo, con una seriedad que ni un trapense. Se quitó un anillo que un par de años atrás le había regalado, y me lo tiró por la jeta. Dio media vuelta y se fue.
El Gallego trajo el trago y me preguntó:
-¿Querés más vodka? Parece que te va a hacer falta.
- No te hagás problema, Gaita, si querés echale otro poco, pero de gusto, nomás. Como le decía al gil éste, minas son lo que sobra.
Claro que sabía que estaba haciéndome el canchero y hablando con el buche lleno. Seguramente mañana pasaría hambre otra vez.
Pero mañana era otro día. Y, ciertamente, minas son lo que sobra.