lunes, 17 de septiembre de 2012

UN PELO DE CONCHA…

Olga Levchenko

El farol de la esquina oscilaba al son de un vientito húmedo, tan húmedo que se veía como vapor fluyendo en la mortecina luz. Entré en el bar. Allí estaba Lina, una mujer bastante mayor (unos sesenta, digamos) que servía los tragos y -al menos a mí-, aceptaba la cuasi-moneda con la que nos pagaban por entonces. Un símbolo de otro símbolo, ya que el oro estaba en las arcas de los de siempre. 
-Hola, nene -que así me decía-. ¿Qué vas a tomar? -mientras le daba un buen trago al vino blanco suelto, expresando placer en su rostro pintarrajeado y en sus ojos celestes permanentemente enrojecidos.
-Una cerveza de litro. 
Me serví un vaso.
-Mirá, nene, vos no sos para acá…
-¿Me estás echando?
-No, digo que acá sólo vienen viejos borrachos y frustrados, a suicidarse lentamente. Vos no sos para acá.
-Bueno, cumplo dos requisitos de tres. Para viejo, dame tiempo.
-Vos sos inteligente, sabés lo que te quiero decir.
-No tengo esa picardía anglosajona que tenés vos, pero me las arreglo.
-No empecés.
Y de nuevo salí con la vieja chicana.
-Lina “Jádson”, te llamás… -me referí a ella con pronunciación inglesa, y ella renegó:
-Yo soy argentina, nene, yo soy Lina Húdson -pronunciación criolla-. Ya te lo dije mil veces y no me hagás calentar.
En eso entró un tipo grandote, muy grandote, rubio, semicalvo y con mirada triste. Se sentó a mi lado, tomó un vaso usado quién sabe por quién y se sirvió de mi botella. Lo miré, pensando que si saltaba probablemente me aplastaría como a una pulga.
-¿Qué se piensa que está haciendo? -Lo increpó Lina. -La cerveza es del muchacho.
-Sabe qué pasa, doña, que no tengo un peso. Y en mi pueblo, si uno tiene trago, tienen todos.
-Váyase a su pueblo, entonces.
-Dejá, Lina, está bien.
-Bueno, tome esa copa y váyase nomás.
-No me trate como a un perro, señora, qu’ el mundo ya me ha tratáo así todo el tiempo.
-Dejalo, Lina. Si me aceptás los bonos, invito yo.
-Decí que en el mercado los toman, sino los echaba a la mierda a los dos.
-Gracias -Dijo el grandote. Una nube de tristeza lo rodeaba, como la humedad al farol de la esquina.
-¿Qué le anda pasando? -Pregunté.
-La vida, me anda pasando.
-Bueno, que yo sepa, para bien o para mal, nos pasa a todos.
-En mi caso es pa’ pior, vea.
-Siempre hay algo que lo salva, a uno -dije, sintiéndome un energúmeno escritorzuelo de libros de autoayuda. No contestó. Hizo bien.
-Oiga, hombre -terció Lina-, encima que viene a chupar de arriba tira una onda nefasta, diga. Por lo menos cuente cuál es la causa de tanta mala sangre, vio…
-No creo que lej interese mucho.
-Pruebe, a ver. Por ahí se saca el carozo del buche.
-Vengo desde Florencio Varela. Hasta hace un rato vivía allá. Salí con lo puesto. No tengo nada, las últimas monedas las gasté en el tren.
-No andará con problemas con la ley, ¿no? -Preguntó Lina, con el ceño fruncido.
-No, doña, quédese tranquila -respondió, y a continuación inquirió a su vez: -¿De veras quieren que les cuente? -Con la sorpresa propia de quien no está acostumbrado a que le presten atención alguna.
-Bueno, hombre, si quiere.
-La voy a hacer corta porque ya me siento bastante huevón. De chico solo conocí abandono y miseria, por decir nomás, vio; la cosa empezó en Piedra del Águila, allá al sur, en el Neuquén. Me enteré que andaban conchabando gente pa’ trabajar en la presa…
-Sí, la hidroeléctrica.
-Eso mesmo. Y allá juí.
-Pero eso fue hace una bocha -observé.
-No se priocupe, ya le dije que la vua’cer corta. Y tiene razón, por ese entonce’ no había mucho que hacé’, que no sea deslomarse en la obra y tomarse unos vinitos por áhi. Hasta que un día abrieron un cabaré, por áhi por la zona.
-Ésa me la veía venir -dijo Lina.
-¿Quién sos, vos, Walburga?
-No sé quién es ésa, pero por las dudas, andá a la puta que te parió. Sos muy pichón, nene; cada vez que entra al bar un tipo en este estado, hay una pollera de por medio.  
-Tenés razón. Estuve medio lento.
-¿Medio?  -Y dirigiéndose al hombretón: -Mire, si va a hablar guarangadas, recuérdese que soy una dama. No vaya a andar diciendo porquerías como suele hacer el puerco éste…
-¿Y cómo cree que le vuá podé contar…
-Ah, no sé, arregleselás. Es asunto suyo. Parece bruto pero no es para tanto.
-Bué, es como dice usté, señora. Como no había mucho que hacer aparte de hacer pastone', desparramar cemento, cavar, hacer cimiento', y esas cosas, los vierne’ y a vece’ lo’ sàbado también, noj íbamo’ p’al nái clú.
-Viste, “Húdson” -señalé, insidiosamente.
-Y bué, allí la conocí a la Olga. Claro que allí se hacía llamar Greta. Era bailarina de estrí tís, y el polvo salía un poco más caro…
-¡Le dije, hombre!
-Y bué, doña, qué quiere que le diga… somos todos grandes…
-Dale, Lina, dejá de hinchar las pelotas. Dejalo hablar tranquilo, como si no conocieras lo que es echarse un polvo…
-Mirá, nene, no empecés porque te rajo del orto, eh.
-¿Ves que vos también decís guarangadas? Bajá la botella de ginebra, dale.
-¿Vas a pagar?
-Eeeeh… ¿cuándo no te pagué?
Bajó la botella de Bols nacional y llené los vasos con restos de cerveza.
-Gracias -dijo el hombretón, y sentí que su gratitud era inédita en mi acervo experiencial. -La cosa es que dejé todo mi dinero entre sus piernas. Estaba güena, la loca. Y… -medio se detuvo y pispeó de reojo a Lina, que secaba vajilla y lo miraba con cara de pocos amigos.
-Déle, mándele -lo alenté. -Éste es un bar de hombres, al fin y al cabo.
-Es el bar de una mujer -aclaró Lina.
-No saben cómo chupaba la pija -continuó el grandote, de sopetón. Lina se puso roja, pero 1) la marea se le venía en contra; 2) éramos los dos únicos clientes en una noche desapacible; 3) estaba interesada por conocer el resto de la historia.
-¿Alguna técnica en especial?
-Todas, las ténicas. Nunca vi nada igual. Era capaz de llevarlo a uno desde el infierno al cielo varia’ vece’ seguidas, una artista.
-Y al final, ¿se la tragaba? -Lina hizo un visaje de agravio, pero no dijo nada.
-Le permito la falta de rispeto porque yo solito abrí el pico. Pero sí, como si fuera champán, en plena rebalsada, nomá‘.
-Si siguen hablando así van a tener que irse a terminar el trago a la plaza.
-Ta’ bien, doña, disculpe.
-Entonces se enamoró de ella, ¿no? -Aventuré, haciendo caso omiso de las amenazas de Lina.
-Yo sabía que una mujer así no era pa’ enamorarse; pero como ella me decía que me quería, y que quería rajarse del cabaré conmigo, empecé a entrar por el aro.
-Literalmente.
-¿Cómo dice?
-No importa, continúe, si gusta.
-Entonce’ yo me rompía la cabeza pensando en cómo sacarla de allí. No vaya a cré’ que me tragaba la píldora esa del amor, y eso. Soy lerdo pero no tan abombáo como para no saber que esta clase de mujeres le hacían hacé’ toda clase de idioteces, al hombre.
-”Es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo domina” -Recitó Lina.
-Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes -dije yo.
-¡Ya tenía que saltar, el guarango!
-Bueno, así y todo, por el polvo, nomá, me puse medio loquito, y entre otras cosas le pedí que no me cobre, así juntaba unos mangos pa’ poder irnos a la mierda. Me dijo que por lo menos tenía que darle la parte del cafisho, que no era poca. 
-Así son las cosas…
-Tal cual, vea mozo. Y en eso, una noche, hicimos un asadito pa’ la peonada, que éramos nosotros, ¿no? Morfamo‘, chupamo’ y cuando estábamo’ bastante mechaditos, el Zurdo dijo: “¿A que no saben quién se puso de novio?” Y todos le preguntaban “quién quién”, sabiendo que empezaba la guasa. “El gorreáo éste”, y me señaló a mí. “Qué te pasa, cabrón” le contesté, y él seguía, como si yo no le hubiera dicho nada: “¿Y saben quién es la novia? La Greta, tomá pa’ vos.” “Estás mamáo, dejate de hablar pavadas”, le dije, pero él seguía. Que la Greta misma se lo había contado mientras se la emporronaba, que ésto y que’l otro. Yo me calenté y lo llamé a silencio, porque lo iba a cagar a trompadas. “¿Qué te creés, que porque sos grandote te vua’ tené’ miedo?” Y yo, que estaba cada vez mas caliente, le dije “¿Querés probar?” Y m’ hizo la parada, el estúpido. Nos levantamo’ y ahí mismito, con todo el obreraje alrededor, el Zurdo empezó a bailotear, y a hacerse el payaso. Tipo Cassiu’ Clay, ¿vio? De vez en cuando me tiraba algunos puñetes, y alguno que otro me’mbocaba, pero la verdá es que ni los sentía. Lo que más me molestaba eran las risas y burla’ de los compañeros, que como siempre, cinchaban pa’l más débil, sobre todo cuando daba espetáculo. Me juí encegueciendo de rabia, y en una que se descuidó por cachetearme, lo emboqué de lleno en la sien. Cayó como bolsa ’e papa. Se quedaron todos calladitos. Yo me asusté, porque el Zurdo no se movía. Lo jui a ve’, lo senté contra una paré y vi que le salía un poco ‘e sangre por la narí. Era raro, porque lo había embocáo en la sien, como les dije. Quise creé que se había golpeáo al caer, y no que le venía de adentro.
-También, con esas manazas… parecen racimo de porongas.
-Son mano ’e trabajador, mozo. Pero volviendo, lo güeno era que respiraba. Se dispertó un poco y dijo que se iba a dormí. Le dije que no era güena idea, que mejor se quedara un rato dispierto; hasta le ofrecí acompañarlo al dotor, pero me sacó del orto y se jué a dormí, nomá.
-¿Y se murió?
-No. Al otro día amaneció hablando zonceras y bastante tololo. Pensamos que se iba a curar, pero no. No servía pa’ laburar, ni casi pa’ nada. Uno de lo’ muchacho’ me dijo que lo’ patrone’ m’iban a echar toda la culpa, lo iban a echar al Zurdo como a un perro y me iban a cargar el fardo a mí, y si no pagaba m’ iban a poné’ preso. Lo pensé y tenía razón, así que lo agarré al Zurdo (que por suerte estaba boludo pero era dócil), pasé a buscarla a la Olga y cuando vio el cuadro, se vino. Dijo que quería vivir en la Capital. Así que pagó los pasajes y con lo poco que teníamos alquilamos un rancho piojoso por acá por Florencio Varela. Y a partir de ahí, l’ único que hice fue deslomarme trabajando de albañil, haciendo changa’ y eso. Pero la vida no era tan mala, igual. Tenía a la Olga, que era hermosa mujé‘, y entre los dos, era como que estábamo’ criando un hijo bobo, que venía a sé’ el Zurdo. Todo’ los días le pedía perdón, y su zoncera era una culpa permanente en mi cabeza. El pobre parecía entender, pero seguía moviéndose como un flan y hablando tan pa’ la mierda que no se le entendía nada. 
Y así jueron pasando loj año’. Hasta que hoy mismito, después de terminar un techo debajo de esta humedá, el capataz nos dio permiso pa' irnos. Entré a casa, la radio estaba prendida fuerte. Cuando pasé a la cocina, a lo primero no entendí bien, pero enseguida me dí cuenta que la Olga estaba arrodillada adelante del Zurdo chupándole la pija. Y el zonzo que me miraba, sonriente, como si me la estuviera devolviendo a propósito. Creo que la Olga ni se habrá enteráo que estuve, porque salí así, con lo puesto, más voleáo que el mismo Zurdo. Y ahora estoy acá. Eso me pasa por confiar en una puta.
-Hasta ahí veníamos bien -dijo Lina-, pero déjeme decirle, grandulón, que las putas son lo más confiable que hay, y si no, pregúntele a éste. Mala gente hay en todos los oficios. No tiene nada que ver que sea o haya trabajado de puta; es mala entraña y listo.
-Sí, puede sé’.
-¿Y qué piensa hacer, ahora? -Le pregunté.
-No sé. ¿Puedo ir a dormí a su casa?
-No, hombre, imposible. El que me la alquila vive abajo y si lo llevo nos echa a los dos. Yo le diría que como está la noche… vaya a dormir al policlínico. En la sala de espera principal seguro que lo dejan.
Pagué los tragos (en bonos), saludé y cuando me iba oí a Lina preguntándole al grandote si no se iba él también.
-Dejalo que termine la ginebra, queda un poco y ya está paga.
-Claro, borrate y dejame el fardo a mí, dale…
-No se priocupe, doña, termino la ginebra y me voy.
Salí a la noche desapacible, subí las solapas de mi saco y emprendí la marcha a casa. Me sentí triste por la bestia humana sensible.

Unas noches después volví al bar de Lina, y cuál no fue mi sorpresa cuando vi al grandote tras la barra, repasando unas copas.
-Buenas tarde’, don nene -me dijo sonriente. -Ahora tengo conchabo. ¿Le puedo invitar un trago?
Miré hacia la derecha y allí estaba Lina, tejiendo con agujas, sentada al lado de la ventana.
-¡Ah, bueno! Parece que te llegó la jubilación…
-Y, ya era hora, nene.
-Servime una ginebra -le dije al urso, y volví a dirigirme a Lina: -Parece que tiene todo grande, el fulano éste.
-Ves que sos un desubicado. Qué nene más hijo de puta que sos…

domingo, 2 de septiembre de 2012

UNA PULSIÓN ORGÁSMICA DESCONTROLADA


Estaba tomando unos mates y oyendo la radio. El Vicepresidente de la Nación había renunciado a su cargo debido a casos de corrupción en el Senado, y se había armado un quilombo bárbaro. En eso llegó Renato, con aires de traerse algo bajo el poncho. Tenía la mirada algo huidiza, no me miraba de frente, no me chicaneaba con boludeces, en fin…
-¿Qué te pasa? -Le pregunté, cansado de su expresión de bovino estresado.
-No, nada, es que..
-¿Es que qué?
-Nada, Cratilo, pasa que anoche a eso de las tres de la mañana cayó Griselda a casa.
-Ah, por ahí venía la cosa…
-Sí, viste, vino llorando, me dijo que vos la habías echado a la mierda de acá.
-Y te la cogiste.
-Y bueno, la consolé, la abracé, y viste cómo son estas cosas…
-¿Te meó la cama?
-No -respondió, alelado, como pidiéndome que le explique lo que le acababa de preguntar.
-Entonces no te la cogiste bien.
-Sos un hijo de puta, ¿sabés?
-Creo que alguna vez me lo dijeron, ya. Pero siempre fueron pelotudos. O minas despechadas que se van a tratar de voltear algún amigo mío nada más que por venganza. Te tocó a vos. Me alegro. Me imagino que no la tomarás en serio, ¿no?
-Y, está buena, la loca.
-Bueno, entonces encargate algunas fundas de nylon para cuando aprendas a coger.
-¡¿Te querés dejar de descalificarme?! ¿Quién carajo te creés que sos? ¿Valentino?
-Bueno, hacela mear y después competimos.
-¿Qué carajos estás hablando de meadas, y qué sé yo?
-Ah, ¿no te contó porqué la eché a la mierda? Bueno, no; en realidad, no fue por eso. Pero lo usé de excusa.
-Cada vez te entiendo menos.
-Esperá, dame tiempo a explicarme. En realidad, me tenía podrido con sus aires de class up, de pendeja concheta de la alta sociedad, y toda esa mierda de gente fina. Y tanto hacerse la fina, quedó para el ojete. Anoche, no sé por qué, tenía ganas de hacer firuletes. Tenés que ver cómo gritaba, la loca. Acabó no sé cuántas veces con el jugueteo, así que cuando se la mandé a guardar gritaba como una loca (entre paréntesis, el gringo castrado que vive abajo en cualquier momento me echa a la calle) y cuando le vino el orgasmo digamos… central, me arrastró consigo, y cuando estaba eyaculando sentí que me corría por las piernas un flujo extraordinario de líquido caliente, y pensé “a la mierda, qué polvo se está echando”, y ya pensaba en aguantarla a pesar de sus taras aristocráticas cuando me dijo “disculpame, me hice pis”. Salí para la ducha, y cuando volví estaba levantando la ropa de cama con expresión de bochorno. “Salí”, le dije, y agarré todo, colchón incluido, y lo tiré afuera. 
-Bueno, sos un animal, ¿ves? Eso le puede pasar a cualquiera.
-Ah, ya la defendés y todo. No, querido, no le pasa a cualquiera. Le aflojé toda la plomería. Vos sos mi amigo y por eso te aviso. No le des mucha bomba porque se le rompe el cuerito.
-Qué hijo de puta que sos -masculló.
-¿Qué esperabas? ¿Qué te diga “está todo bien, te felicito, me  alegro que te hayas cogido a mi chica sin saber qué cuestión había detrás”? No, querido; si fuera un hijo de puta te tendría que echar a vos también, después de patearte el culo. Encima que te digo la justa de buen amigo que soy, nomás…
-Puede ser. Nunca se sabe, con vos.
-En cambio vos sos tan previsible que te voy a poner unas fichas. Si sabés cómo tratarla, vas a ser el primer surfista de orín femenino en la historia.
-Me pidió que te dijera algo.
-Ah, ¿sí?
-Quiere que vayas a la cena de hoy en la casa del tío. En realidad, no quiere saber nada con vos, pero le cuesta enfrentarse a la familia sola, viste cómo son las minas.
-Otra careteada más, eh.
-Yo también voy a ir.
-¿Va a presentar dos novios?
-No, estúpido, yo voy como amigo. Pasa que de vos ya les había hablado.
-Vas de colado, eh. Y para vigilar que no le haga saltar el chorrito.
-Andá a la puta que te parió. Andá, dale, que va a haber bebidas gratis.
-Sos una rata. No me llamo una botella de champagne, sabés.
-¿Te van tres?
-Si me chupo tres tubos de champagne en ese ambiente, rompo todo.
-Dale, chico malo. ¿Vas a ir?
-Decile que se quede tranquila. Pero es la última. Y conste que lo hago por el champagne, que tiene más espíritu que toda esa caterva junta.

A la nochecita me bañé y me puse una de esas camisas hindúes, bien colorinche, y los pantalones y zapatillas hechos mierda. ¿Quería que vaya? Bueno, iré, pero ya no tengo por qué aguantar que me vista para la ocasión como había sucedido anteriormente. Le iba a dar bronca. Tanta como a mí placer.

Entré a la fiesta de cumpleaños del ricachón. Ya venía picadito y había dejado un par de botellas de champagne en el congelador, no fuera a ser cosa… Griselda y Renato ya estaban charlando con algunas primas de ella, había un par que si no hubiesen estado lobotomizadas podrían llegar a ser mujeres ideales. Pura carrocería, bah. Griselda se quedó de una pieza al verme, todo desarrapado, como a mí me gusta. En cambio a Renato sólo le faltaba corbata. Griselda se acercó, me dio un beso en la boca (oh, cultura de la cáscara vacía) y me musitó: 
-¿Me lo estás haciendo a propósito? 
-Qué, ¿acaso no me pediste que viniera?
-Pero te podías haber cambiado de ropa, al menos.
-¿Qué tiene de malo ésta? Aparte, estoy limpito y no pienso andar orinando a nada ni a nadie.
-Sos un hijo de puta.
-Ya me lo dijo Renato. Y vos sos más hija de puta que yo, porque hasta donde yo sé, no le anduviste marcando el territorio en su cama.
-Fue una mala idea pedirte que vengas.
-Igual me la debés.
Después, el tedio de ese grupo social pacato y superficial. Puta que se iba a hacer densa, la velada. Comenzaron sirviendo algunos bocadillos y fernet, ¡del barato! con cola. Me volví hacia mi izquierda y le susurré a Griselda:
-Fernet, encima berreta. Empezamos mal.
-Por favor te pido…
Me volví hacia mi derecha (me habían rodeado, sospecho que no por casualidad) y susurré a Renato:
-Acordate que si no sirven champagne medianamente decente, me lo pagás vos, eh.
-¿Eeehhh, de dónde sacaste eso?
-Secretos en reunión… .- dijo una morenaza muy jovencita, carita de nena pero con un lomo delgado pero pulposo. -Renato, te cambio, así hablás con las chicas y yo puedo hablar con mis primos.
-¿Primos? -Pregunté, algo atolondrado por la belleza de la piba. 
-Soy Lorena, prima de Griselda; y por ende, tuya.
-Ah, claro -y me levanté como un resorte para darle un beso. No sé si dejé traslucir mi estupor, o mi reacción hormonal. Pero en todo caso, ¿a quién le importaba? A Griselda, claro. Y eso, ¿a quién le importaba? Y lo dejo ahí porque parece que estoy entrando en un vórtice paranoide.
El boludo de Renato miró a Griselda como pidiéndole permiso.
-Boludo, andá, no seas gil. -Le dije, saboreando las incomodidades de la flamante parejita de incógnito. No eran celos, ni revanchismo alguno. Simplemente me gustaba ver cómo se debatían en actitudes y emociones dignas de marionetas, casi ahorcándose con los hilos que venían a ser las fuerzas de sus vidas, enmadejadas y confusas.
-¿Qué cuentan? -Dijo, como para abrir el diálogo.
-No mucho -dijo Griselda, algo mosqueada.
-Ay, Griselda, siempre con mala onda, vos.
-No -me apresuré a meter púa-, si hoy tiene un día espléndido. Vos no sabés lo que es el resto del año.
-Váyanse al carajo -nos dio el culo, y se prendió en el cotorreo al que momentos antes se había integrado el bobo de mi amigo.
-¿Le pasa algo?
-Siempre, le pasa algo.
-Ufa, loco, vine a tirar una onda y la cagué…
-No te vas a hacer cargo; no sos vos, es ella.
-¿Y qué le pasa?
-Es un poco largo de contar.
-Bueno, resumime, ¿a ver?
-Anoche cortamos, y ahora parece que empezó a curtir con este orate amigo mío.
-No entiendo.
-Yo mucho tampoco, pero parece que como ya le había hablado a la familia de mí, la quiere caretear un tiempito. Igual, les podía haber dicho que el gil éste era yo. Y listo. 
-¿No conocés a los padres?
-Tuve el disgusto, sí.
-Jajajajá, qué loco que sos. Seguro que en cualquier momento caen. Es por eso.
-Ah, seguro, tenés razón. Este fernet es un asco.
-A mí tampoco me gusta. Esperá que traigo un vino.
Cuando fue a buscarlo, Griselda me conminó:
-Por favor, no vayas a empezar con tus estupideces. Al menos hoy, por favor.
-Cómo no, Su Majestad. Sus deseos son órdenes -ironicé. 
-¡Mirá lo que encontré! -Exclamó entusiasmada Lorena, enarbolando una botella de Bianchi tinto. Era linda. Era fresca. Y lo mejor, que su actitud de entusiasmo se había hecho más ostensible ni bien se enteró que yo estaba libre. Mi yo interior soltaba carcajadas diabólicas.
-Un manjar -le dije, mientras servía las copas.
-Yo también quiero de ése. -Pidió Renato.
-Conseguite. Ya me debés tres botellas de champagne.
Se quedó con el vaso en la mano esperando que Lorena le sirviera. Ésta dejó la botella sobre la mesa, al tiempo que le respondía:
-El hombre habló. -Griselda se puso blanca ante la desfachatez, pero no dijo nada. Renato quedó como un boludo; y vaya que lo era. Mi sonrisa interior brillaba. Claro que solamente hasta que descorcharon ¡SIDRA! Me sentí ofuscado, fastidiado, discriminado… ¡tanta guita, tanto lujo, y nos sirven ¡SIDRA! Eché a Renato una mirada fulminante, y mascullé al oído de Griselda: “Después el grasa soy yo”. Ella, como toda respuesta, subió su hombro con desprecio; pero al propio tiempo intentando alcanzar mi mandíbula.
-Me aflojás el implante y te arranco la cabeza, “cariño”.
-¿Pasa algo? -Me preguntó Lorena.
-No, nada. Sólo que en este ambiente tan ostentoso, te sirven ¡SIDRA!
-Tenés razón. Mi padre es un tacaño.
-Uy, disculpame, yo… -Intenté justificarme; quizá sea ocioso señalar que, por aquellos días, aún no tenía muy claro el concepto de poner en funcionamiento el cerebro antes que la lengua. Pero me interrumpió:
-Ni que lo digas. ¡Justo a mí, me vas a decir quién es…! Yo vengo a ser la zurda de la familia, la inadaptada, la que no entiende para qué sirve seguir amasando guita cuando ya la tenés toda. No te sientas mal, pienso exactamente igual que vos. Y yo sé muy bien de lo que estoy hablando. El vino éste lo traje de mi habitación. La mala noticia es que no tengo más.
-Cada vez me caés mejor.
-Vos también.
Se me produjo un vacío en el estómago, onda pozo de aire. Y como dijo el gaucho icónico, “la ocasión es como el fierro, se ha de machacar caliente”; así que dije que iba a comprar cigarrillos. Y tal como lo esperaba (optimista al fin), Lorena, con su mejor expresión de sarcasmo, le preguntó a Griselda si me podía acompañar, a lo que su prima respondió agitando la mano como si nos echara aire. Sin siquiera mirar la mueca histriónica que la hermosa jovencita le había dedicado, y que tanta gracia dejaba entrever. No dejé de agradecer a mi estrella.
Una vez fuera, me vi en la obligación de confesarle que cigarrillos tenía de sobra; que en realidad me iba a mi casa, a pocas cuadras de allí.
-Como si no me hubiera dado cuenta…
-Sos muy suspicaz.
-Puede ser, pero no por esto. En realidad, fue demasiado evidente.
-No creo que Griselda se haya dado cuenta.
-¡Pero Griselda es una boba! No vas a comparar…
-Ni loco. Tengo tres botellas de champagne frío en casa. ¿Querés venir?
-Dale, así me contás qué pasó con la boluda de mi prima.
Ya sentados frente a sendas copas rebosantes de champagne mendocino, Lorena volvió a preguntarme qué había sucedido con Griselda.
-No, pasó eso que vos decís. Somos muy distintos, ella es una fifí recalcitrante, y yo, más bien, todo lo contrario.
-Y si se nota de acá a la China, ¿por qué te enganchaste?
-¿Será porque está rebuena?
-No creo. No parecés tan superficial.
-Bueno, entonces no sé.
-¿Será miedo a la soledad?
 -Si le tuviera miedo a la soledad, me compraría un gato, o dos. Es mucho mejor que aguantar boludas pretenciosas. Che, decime, ¿y vos? ¿Qué onda?
-Los pibes de mi edad son un pelmazo. Están todo el día acicalándose según la moda, con sus telefonitos de última generación, la play station. Se hacen los gatos y, cuando los apurás, se asustan y no se les para. Y los mayores, de tu edad, más o menos (que para más tampoco me da), se creen los reyes de Java porque aprendieron un par de truquitos sexuales, y al final terminás haciendo todo vos.
-Mirá vos. Así que por un pelo entro en tu target…
-Raspando raspando -respondió, y rió a carcajadas. -Pero si vas a pensar que me quiero casar, ser ama de casa, cuidar chicos, y eso, vas muerto.
-¿Acaso parezco de ese tipo?
-No. Por eso estoy acá.
-¿Tenés alguna espectativa?
-La primera, rajar de mi casa. Las demás, las estoy evaluando.
Sonó un poco arrogante, ya que se suponía que cualquier eventual arreglo también dependía de mi voluntad. Pero dios sabe que en estos menesteres sí soy superficial, así que no dije nada. No quería perder aquel sabroso bocadillo. Puse un CD de U2 en el estéreo, y di un respingo al sentir la mano de Lorena subir por entre mis piernas, hasta asegurar bien el paquete. Así, como quien dice “agarrado de los huevos”, serví las copas otra vez, mientras sentía que mis engranajes comenzaban a levantar el mástil. Ella se percató de inmediato, y me indicó sentarme en la silla. Me bajó pantalones y calzoncillos y comenzó con una mamada soberana, tanto técnicamente como por la enjundia apasionada que la motivaba. Sabía lo que hacía, sí señor. Y según parecía, lo disfrutaba como loca.
-Bueno -le dije-, si no aflojás un poquito voy a gozar yo sólo.
Soltó el sorbete y me preguntó:
-¿Acaso no se nota que yo también estoy gozando?
-Yo decía, porque…
-Echátelo cuando quieras.
Era demasiado. Comencé a jadear, gemir y a emitir otra clase de sonidos inéditos en mi inventario. Ella también. 

“Too late
Tonight
To drag the past out into the light
We're one, but we're not the same
We get to
Carry each other
Carry each other
One” 

BUM BUM BUM BUM BUM BUM, golpearon a la puerta, mientras los gritos de Griselda resonaban en la quietud de la noche.
-¡Sabemos que están acá! (vaya suspicacia) ¡Abran, hijos de puta! -BUM BUM BUM BUM BUM BUM.
Lorena soltó la presa y yo me incorporé como un resorte para abrirles, mientras me subía los lienzos. 
-¡¿Qué hacés, enferma mental?! Sabés muy bien que el gringo me quiere echar a la mierda, ¿y me venís a hacer semejante quilombo? 
-¿Quién carajo te creés que sos? ¿Me venís a denigrar frente a mi familia? ¿Y justo con la putita ésta?
-Oíme, tarada… -comenzó a decir Lorena, pero una voz desde abajo la interrumpió:
-¡TE DIJE MIL VECES, CRATILO, QUE NO QUERÍA MÁS BARULLO DE PUTAS EN LA CASA!
-Pasen, pasen, la reconcha de su madre. Y vos, imbécil, pará de gritar, eh. Sabés bien los quilombos que tengo con el dueño de la casa. Si volvés a gritar te saco a patadas en el culo.
-Eh, no le hablés así -me dijo el boludo de Renato.
-Mirá, vos callate porque te deshago a golpes, boludón. Lindo amigo, traidor de mierda, venir a hacer escándalo a mi casa.
-Yo no hice escándalo.
-No, pero la trajiste a la yegua ésta. Llevátela a tu casa, mamerto, a ver si conseguís hacerla mear en la cama.
-Pará, con eso.
-Bueno, miren -aclaré, mientras tomaba la media botella de champagne y las dos copas de arriba de la mesa-, Lorena y yo tenemos mucho de qué hablar. Y si me toman el tubo de champagne que queda en el congelador, les corto las manos. El pendejo éste todavía me debe tres.
-Y con vos arreglo cuentas después, venir a decirme putita a mí -dijo Lorena, con una mirada que me hizo pensar que podía apostar 10 a 1 a mano suya en una eventual pelea con la tarada.
Fuimos a la habitación. Nos desnudamos. Tenía un cuerpo soñado. Apenas la besé unos momentos, apasionadamente, ella volvió a lo que estaba haciendo cuando la loca de su prima casi me derriba la puerta. 
-Ya te dije que…
-No te hagás problema, esto es lo que más me gusta. Y primero las damas, viste. Después me pedís vos -y se volvió a meter el caramelo en la boca. Comenzamos a emitir ruidos de placer, nuevamente. Iba a eyacular, así que traté de apartarla, pero se prendió más fuerte, así que no pude evitar la descarga en su boca. No dejó caer una gota. Yo entonces pensé que seguramente, con aquella belleza, iba a gastar mucho menos en lavandería.
Entonces empezamos a oír:
-¡Así, Renato, así! ¡AY CÓMO ME GUSTA! ¡SEGUÍ, POR DIOS, SEGUÍ! ¡AY, AY, AHHH, AAAAHHH NO PARES QUE ME VOY! ¡AH AAAAH AAAAARGH!
Hija de puta, lo estaba haciendo a propósito. Para darme celos, de venganza, y de paso para generarme problemas con el gringo de abajo. Me explotó la cabeza. Salí, en bolas como estaba, el bicho todavía levantado.
-Che, hija de puta, cerrá un poco el orto, ¿querés? -Le dije, mientras sacaba de la heladera el tercer champagne. -Y ni se te ocurra mearme el futón. Echate todos los polvos que quieras, pero con esas dos condiciones.
-¿Cómo salís así, con esa cosa al aire? -Ensayó, porque no tenía nada que decir.
-Como si no la conocieras. Aparte vos también estás desnuda, garchando en mi propia casa, y no te digo nada. Y encima le tengo que ver el culo al idiota éste, que entre paréntesis, no luce bien. Parece que hubo visitas que entraron por esa puerta trasera.
-Eh, gil, ¿qué te pasa?
-Nada, me pasa. Ahora si querés boxear…
-Vení, Cratilo, no les des bola.
Entré a la habitación y fui al armario a buscar mi pistola Bersa .22. 
-¿Qué vas a hacer? -Me preguntó Lorena, alarmada. Le guiñé un ojo y volví al comedor.
-Tienen dos minutos para vertirse y tomárselas de acá. Si no, los saco a tiros en el culo.
-Oíme, nene… -ensayó Griselda, mientras el dolobu se vestía con la prisa que las circunstancias exigían.
-Dale, Gris, vestite, que este demente es capaz.
-“Dale, Gris, vestite” -Lo remedé. -Claro que soy capaz. Me van a venir a tomar de pendejo en mi propia casa… dale, vamos, váyanse. Y no se les ocurra hacer ningún ruido porque los corro a los tiros.
-Te voy a hacer una denuncia que vas a ver.
-Y yo publico en internet todas las fotos en bolas y haciéndote la puta que te saqué. Con teléfono, domicilio y demás datos personales, que incluyen vaciamiento de vejiga en el orgasmo. Ya va minuto y medio.
-Sos un hijo de puta.
-Veintinueve, veintiocho, veintisiete -Sin dejar de apuntarles. Se atropellaron para salir. Y no hicieron el más mínimo ruidito.
Cuando volví a la habitación, me regocijé con el cuerpazo desnudo sobre mi cama. Creo que me babeé.
-¡Qué hijo de puta que sos! -Me dijo entre risas.
-Debo ser, nomás. Últimamente me lo están diciendo muy seguido.