miércoles, 3 de octubre de 2012

VAGINAS RUBIAS Y PUERTAS DIMENSIONALES

 Mikhail Lukyanenko 

Volvía a mi guarida pasada la medianoche. Tenía una sensación ambigua; por un lado estaba algo triste, pero por otro todo lo contrario. Volvía del velatorio de don Tamayo, un veterano con quien habíamos establecido esa clase de amistad tan enriquecedora que suele darse entre personas de distinta generación, basada en confianza y respeto por el otro. Las extrañas circunstancias que dieron marco a su deceso son el motivo de este reporte.
Dos noches atrás, caí de nuevo en la trampa de comprar dos litros de cerveza, que se terminaron demasiado rápido; así que fui a comprar dos más. Al volver, me sorprendió ver a don Tamayo sentado en la puerta de su casa. Si bien solía estar allí a las tardecitas, incluso hasta después de anochecer, era la primera vez que lo veía casi a medianoche.
-Qué dice, Cratilo.
-Buenas noches, don Tamayo. ¿Qué anda haciendo tan tarde?
-No tengo sueño, y la noche está preciosa. ¿Se va a tomar unas cervecitas?
-Si dios quiere… ¿me acompaña?
-Si quiere, vamos pa’ dentro. Tengo un wisquicito que ni le cuento, vea.
Se incorporó con dificultad. Tenía una pata de madera, bien rústica, aparte de artrosis varias. Entramos y fuimos a la sala, que daba a un patio trasero perfectamente visible a través de un gran vidriado. Sirvió dos copas de whisky muy generosas. Yo puse una cerveza en la heladera y abrí la otra. 
-¿Su señora?
-No se haga problema. La Ernestina se toma la pastilla y le puede tirar una bomba atómica al láu, que no se dispierta.
Bebimos y fumamos. Luego don Tamayo dijo de pronto: -Sabe qué, Cratilo, creo que me debo estar por morí‘.
-¿Qué le pasa, hombre? ¿Se siente mal? -Recordé cuando años atrás me había dicho, casi en pánico, que tenía “glucemia”. Claro que le tuve que explicar la diferencia entre glucemia y leucemia. Igual, mucho no me creyó.
-No, me están pasando cosas raras, vea.
-Supongo que me quiere contar.
-Se va a pensar que estoy loco.
-Para eso no hace falta que me cuente nada.
Se carcajeó, y me dijo: -Bueno, ‘tonce le voy a contar. Resulta que ayercito nomá’, estaba sentado en este sillón, pensando en bueyes perdidos. La Ernestina se había ido de visita a lo de su hermana, y se iba a quedar pa’ la cena, vio.
-Ahá.
-Iba cayendo la noche. Yo no tenía gana’ de levantarme a prender la lú, aparte pa’ que mierda la iba a prendé, pa hacer gasto, nomá‘. Y entonce’ vi como un refucilo, allá en el patio. Creí que venía tormenta, pero no. Era una mujer, hermosa, desnuda, que brillaba, allá al láu del limonero, ¿ve?
-¿Brillaba?
-Como que hay un dió, que brillaba, Y brillaba mucho. De vez en cuando hacía un refucilo, como le digo. Y me miraba. Tenía la vista clavada en mí. No le vuá decí’ que un poco me acojoné, pero lo pensé bien y me di cuenta que no tenía mucho pa’ perdé’. Tal vez fuera la muerte, pensé, que a la final no era una calavera huesuda y fea, sino una flor de potranca.
-¿No se habrá quedado dormido, y lo soñó?
-No me venga con eso, chango, que soy viejo pero no boludo…
-Yo decía, a mí a veces me pasa.
-Pero éste no es el caso. Usté’ sabe, Cratilo, no soy de andar hablando boludece’.
-Claro, hombre, yo decía, nada más. ¿Y qué pasó?
-Pasó que la mujé’, o lo que fuera, empezó a caminar pa’ acá, ¿vio? A medida que se acercaba, yo, con la boca abierta, me daba cuenta que estaba muy buena, la guacha. Y lo que no me pasaba de hace años, se m’empezó a poné dura.
-Oiga, Don Tamayo, mire que es contagioso, eh. Ya se me está parando a mí.
-Y, usté es joven, todavía. Si hubiera estáo acá se agarraba un garrote que mamma mía.
-¿Se da cuenta que es la primera vez que hablamos este tipo de temas?
-¿Y de áhi? ¿Acaso le da pudor?
-No, para nada. 
-’tonce déjeme que le cuente. La mujé’ esa empezó a caminar para acá, despacio, como tanteando el suelo, vea. Y cuál no fue mi sorpresa cuando atravesó paré’ y vidrio como si no hubiese habido nada.
-¿Atravesó el ventanal?
-Como le digo. Ya estaba acá mismito, y no me sacaba loj’ ojo’ de encima. Era como que chisporroteaba, vio, como cuando uno acerca algo elétrico a la radio. Y la luz que le salía era como que iba junta con el chisporroteo. Cuando estuvo frente a mí, me miró un rato. Yo le quería mirar el cuerpazo, pero no podía bajar la mirada. No por hinotizáo, o algo de eso, sino porque queda feo, vio, por más en bolas que esté. ‘tonce me preguntó por qué estaba tan desanimáo; así, como si las palabras sonaran adentro ‘e mi cabeza No movía los labios, vea Cratilo. 
-¿Telepatía?
-Que le dicen, sí. Y yo le contesté en voz normal, así, como hablo ahora, ¿vio?, y le dije “Soy viejo, tengo una pata ‘e palo y me queda poco. ¿Qué más queré‘?” “No, pero no es así. Tu camino recién empieza”, me dijo. “La muerte no es el final”. Y yo me lo creí. Yo, que nunca creí en nada que no pudiera ve’ o toca, vio Cratilo, usté’ me conoce. El asunto era que la que me lo decía era una d’esas cosas en las que no creía, y estaba allí; con su piel blanca, sus pendejo’ rubio’, crepitando entre unas cosas que eran como bichos de lú’ pero más chiquitos, y de distintos colores. ‘Tonce se m’empezó a poné’ dura.
-¿Pero no dijo hace un rato que se le empezó a poner dura?
-Más dura toavía. No era pa’ menos, Cratilo, vea. Y pa’ mí, que hacía añazos que no veía una mujé semejante… ni qué digo, semejante no vi nunca. Güena, sí, pero ésta era espetacular.
Se quedó como embelesado, casi se le caía la baba de recordarla.
-¿Y qué pasó?
-Y, lo que pasó a partir de áhi fue algo confuso. Me acuerdo que m’ empezó a masajear el garrote, y como que las luces me daban juerza, así que imagínese cómo lo tenía, como estaca, vea. Anduvimos meta y ponga acá, en el sillón éste, por la mesa, por el patio… y yo era joven de nuevo. Y tenía las dos patas. Le dimos “como Pacheco a las tortas”, joven Cratilo. Y una de luces que parecía el aniversario de la ciudá. Despué’ todo fue aminorando, y quedamos tiráos en el pasto. Ella me hablaba con su cerebro, y yo le contestaba normalito, vio. Me dio algo de tomar, medio brillante, era, y ni mierda sé de ánde lo sacó. Lo tomé, era má’ o meno’. La verdá que de gusto me gusta más el güisquicito, vio. Pero enseguidita nomá’ entendí todo.
-¿Qué, entendió?
-Todo. Qué somo’, pa’ qué estamo’, todo eso que nunca nadie sabe y vive preguntándose.
-Ah, buenísimo. Entonces me puede contar…
-No, m’hijo, ojála pudiera. Pasa que eso no viene con las palabras. O viene con la forma ésa de la mina, de hablar con la cabeza, o será con el menjunje ése que me dio.
-Claro, creo que lo entiendo.
-Lo que sí le puedo decir que el mundo es algo grande -se le iluminaron los ojos. -Y que es cierto que uno no muere, es como que se mezcla con todo por áhi. Pero mejor… sepa disculpar, me parece que estoy en pedo, ya.
-No, déle, me interesa.
-Es que no hay mucho más pa’ decir. Me disperté tiráo. Áhi en el pasto, en pelotas, viejo y choto como soy. Tuve que andar a los saltitos, sacudiendo los güevos, hasta encontrar la pata. Pero estaba felí. Sabía que me quedaba poco, y la verdá es que tengo muchas ganas de pasá’ a vé’l mundo como ayer. Y creo que me vuá podé’ ir prontito, nomá.
-¿Acaso se piensa amasijar?
-No sea dramático, Cratilo. Ya pude vé’ la puerta. Tengo que juntá coraje pa’ cruzarla. Se trata de dejarse ir, nomá’.
-¿Y la Ernestina? 
-Va a estar mucho mejó, sola. Tiene sus pesito’, la pensión… y no va’ tené’ que seguir cargando con un trasto viejo. Pa’ colmo con una pata meno’ y la otra toda descolada. No se aflija, es mejó’ pa’ todos, va’ ver.
¿Qué decir? ¿Sería cierto o el viejo deliraba? Era un tipo serio, no hablaba giladas nunca, y mucho menos refiriéndose a cuestiones cruciales como la vida y la muerte. Vaya uno a saber, y más si no tiene un ángel que le haga echar polvo de estrellas y le convida una papusa de andá a saber qué dimensión.

Como decía al principio, volvía a mi guarida pasada la medianoche. Tenía una sensación ambigua; por un lado estaba algo triste, pero por otro todo lo contrario. Al comenzar a subir la escalera oí música, y pensé que había dejado la radio encendida. Lo mismo la luz, que podía verse por debajo de la puerta. Y eso ya no era tan probable; jamás consumía luz al pedo, por razones de mera economía. Me puse tenso, y más aún cuando metí la llave y advertí que la puerta estaba abierta. Entré sigilosamente, mientras en mi estéreo sonaba “You’re so good for me”, de Humble Pie. En el comedor no había nadie. Me asomé a mi habitación y me volvió el alma al cuerpo: era Patricia, la vecina de abajo que era una mina de fierro, la única capaz de hacerme pisar el palito y que además, lo sabía. Estaba acostada en mi cama, casi desnuda, exuberante.
-¿Qué hacés acá?
-¡La concha de tu madre, boludo! ¡Mirá el susto que me pegás!
-Ah, claro, yo te asusto a vos… llego y oigo música, está todo abierto, y la que se asusta sos vos… a propósito, ¿cómo entraste?
-Por la puerta, gil, por dónde querés que entre. La dejaste abierta. Encima que te cuido la casa…
-¿La dejé abierta?
-Y, a atravesar paredes todavía no aprendí.
Me fui a buscar una botella de ron, pensando en la tremenda ironía involuntaria a la que la hermosa vecina había dado voz. Serví un par de copas y me tiré en la cama, a su lado.
.Vengo del velatorio de don Tamayo. 
-¿Cómo estaba Ernestina?
-Y, dentro de todo, bien, tranquila, por lo menos.
Me empezó a acariciar la cabeza. Sabía que estaba triste, era una mujer muy perceptiva. Y yo necesitaba eso. El perro salvaje necesitaba caricias. Se me empañaron los ojos, así que tosí e hice un denodado esfuerzo para mandar las lágrimas de vuelta para adentro. Tantos años de construir un personaje no iban a ser tirados por la borda en una mariconeada. Igual, creo que se dio cuenta.
-Vení, recostate acá -y me dio apoyo en su mullido regazo.
-Hoy no te voy a servir para mucho.
-Sólo quiero acompañarte, hacerte unos mimos…
-OK - le dije, mientras me apretaba contra su cuerpo. Y a pesar de lo tierno de la situación, y como decía don Tamayo, “se m’empezó a poné’ dura“.