jueves, 3 de noviembre de 2011

SI VENÍS A MI CASA BORRACHO, NO TRAIGAS A TU CHICA.


Era allá por el año ‘99, o 2000. A punto estaba de salir para el buffet del Club Uriburu a cenar algo. En dicho buffet, si bien rústico y barato -por tanto acorde a mis posibilidades económicas-, hacían buena comida. Justo en el momento en que estaba por abrir la puerta oí ruidosas voces desde la escalera exterior. Reconocí la voz de Pepe, que hablaba en ese tono cuando estaba borracho (o sea, la mayor parte del tiempo). Y también una voz de mujer que intentaba contener la estentórea verborragia de mi amigo. Adiós a las delicias de una solitaria y meditabunda cena, pensé.
-¡Cratilo, hijo de puta, qué hacés, hijo de puta! -Vociferó, ni bien abrí la puerta. Otro de los evidentes síntomas de su beodez consistía en que se ponía insoportablemente puteador. Yo no le presté atención alguna, un poco porque ya le conocía el rollo de memoria, y mucho porque estaba anonadado, casi golpeado por la belleza de la morenaza de ojos soñadores que lo acompañaba.
-Hola, pasen.
-Disculpa… comenzó la bella a decir con cierto acento centroamericano, mientras cabeceaba señalando a Pepe como para excusarse, en comunicación exclusiva (cosa que por un lado agitó mi repentino enamoramiento, y por el otro el sentido de lealtad para con mi amigo).
-No importa, ya lo conozco.
-¡Cratilo, hijo de puta, siempre en la cueva, vos, ¿no?!
-Sabés que soy un heremita.
-Yo diría que sos más bien un sodomita, pero…
-Jé Jé. Anotate una
-Soy Carolina, vengo de Medeiín -dijo la morocha, y me estiró la mano. Sentí un choque eléctrico tal que pensé que tenía uno de esos botones de chasco. Lo que no me impidió inclinarme para darle un beso en la mejilla. Mhhhhh (esto último intenta graficar mi embelesamiento por su aroma natural).
-Yo soy Cratilo hijo de puta, pero ya lo dijo él -reímos, y cruzamos una mirada que sólo podía traer vendavales; eróticos, emocionales o ambas cosas y quién sabe cuántas más. O era una turra de ésas que le gusta chichonear con todo el mundo, o estábamos en problemas. Al menos Pepe y yo.
-Siéntense.
-¿Estabas ocupado? -Preguntó ella por cortesía, mientras apoyaba sus increíbles posaderas sobre la esterilla de mis muebles estilo campo.
-Si estaba ocupado, que se joda. Che, Cratilo, ¿qué hay para tomar?
-Pepe, para iá un poco de ser tan grosero, ¿quieres?
-Te dije que ya lo conozco, no te hagas problemas volví a tranquilizarla.
-Bueno, hombre, pero que es un molesto, pues.
-Eh, loca, pará un poquito. Todavía que te traigo a conocer al mejor novelista de la ciudad…
-¡¿El qué?! -Pregunté, sorprendido sobre todo porque en este sentido no hacía más que vituperarme, mas era obvio: quería jactarse de sus contactos en el ámbito de la cultura local. Era un tipo muy persuasivo, capaz de convencer a sus alumnas que era el nuevo Deleuze. Ahora parece que por conveniencia me estaba inflando a mí.
-Dale, boludo, no te hagas el humilde. Ella lee para la Editorial Amazonia. Por ahí les interesa ver qué onda…
-Claro que me interesa -respondí, mientras clavaba mis ojos en los de ella.
-A mí también me interesa mucho -dijo a su vez, sin bajar ni desviar la mirada. -¿Qué temática abordas, en tus escritos?
-¿Y, chabón? ¿No vas a servir nada? ¿Qué clase de anfitrión sos?
Carolina sacudió la cabeza, ofuscada por los modos bastos de Pepe.
-Tengo vino o whisky.
-¿No tienes un… refresco, o algo así?
-¡Jajájájájá! ¡Justo, pedirle un “refresco” al mono éste!
-¿Querés que te vaya a comprar algo? -Dije, para contrastar con la poca caballerosidad de Pepe.
-¡No, por favor, un vaso con agua está mejor que bien!
-Hay un kiosco acá a veinte metros.
-No, por favor, un poco de agua y ya.
-O.K. ¿Y vos?
-¿Qué whisky tenés?
-Ah, bueno… elegí, whisky o vino. La calidad está fuera de discusión. Se llama “lo que hay”. Y si tenés una idea mejor, fijate que todavía no cerró el supermercado de los chinos. Andá y traé lo que quieras.
-¡Muy bien, así se habla!
-Dale, serví un whisky, está bien.
-Por favor, Pepe, a ver si te dejas de interrumpir. Le estaba preguntando al joven sobre qué escribía. (¡¿Joven!? No quise indagar, pero estoy seguro de que con toda facilidad podía tener la edad de su padre)
-No sé bien sobre qué escribo -respondí con absoluta sinceridad, como cada vez que soy objeto de una pregunta tan poco original como inconducente. -Sobre qué, no sé; pero lo que sí sé es para qué.
-Ah, pues que cosa más interesante. Entonces me dirás para qué escribes.
-Para divertirme. Por dos cuestiones básicas: la primera, es que nada ni nadie me obliga, por lo que cuando me siento frente a la PC es porque no tengo otra cosa más divertida que hacer. Y la segunda, porque la experiencia, aquilatada en años de fatigar oídos de amigos, me indica que cuanto más me divierto, más se divierten los lectores. Es perogrullesco, ¿no?
-Vaya si lo es -terció Pepe, con los ojos definitivamente a media asta. Y agregó, dirigiéndose a Carolina: -Este tipo es un filibustero social.
-¿Qué cosa? -Preguntó ella.
-Mirá que me han dicho disparates, pero eso…
-Vamos, vos sabés lo que quiero decir…
-No, la verdad que es un concepto que me resulta inabordable. Al menos no le encuentro sentido a la metáfora.
-¡Qué metáfora ni metáfora! Es literal, Cratilo, l-i-t-e-r-a-l. Ahora, si te vas a hacer el boludo, viste…
-Debo ser un filibustero boludo, entonces. Y lo que es sanguinario, tampoco soy.
-Porque no tuviste oportunidad, nomás.
-Sabés que me la estás dando servida, la oportunidad...
-¡Muy bien! ¡Ponlo en su lugar, a este pendejo!
-¡Heyheyheyheyheyheyhey! ¡Acá la única pendeja sos vos!
-Bueno, no se peleen.
-Es que ió no peleo, pero alguien le tiene que poner límite’ a este pendejo. No le dés más alcohol, pues.
-Se nota que no lo conocés. Para negarle el alcohol primero lo tengo que cagar a trompadas y después sacarlo a patadas en el culo.
-Che, pedazo de idiotas, ¿se quieren dejar de hablar de mí como si yo no estuviera presente?
-Mirá, Pepito -comencé a explicarle pacientemente-, el ochenta por ciento de las veces que venís acá tenés un pedo bárbaro, me tomás todas las bebidas y te vas. Yo entiendo que te queda de camino a tu casa, que siempre estoy, etc., etc., etc., pero me reservo el derecho a hablar lo que quiero y como quiero, ¿Estamos?
-Qué desagradecido que sos, chabón. Encima que te traigo un contacto editorial en Colombia, que fui el primero que te hizo conocer en la web…
-Oie, que ió he venido porque he querido, no es que me haias traído tú.
-Claro, venías y te presentabas vos sola al sátrapa éste…
-Si sabía que ibas a hacer este papel de monigote, pues sí.
Serví más whisky. Pepe se veía ofuscado, no estaba para nada acostumbrado a que sus admiradoras se le plantaran como lo hacía aquella hermosa colombiana. Hablamos un poco de literatura, parece que era fanática de eso que llaman “realismo mágico” (modalidad que, a mi gusto, carece de ambos atributos; qué va`cer, nadie es perfecto). Pepe no intervenía, enfurruñado como estaba y seguramente cavilando si había sido buena idea traer a su nueva chica, debido a la corriente de empatía (esto tal vez constituya un flagrante eufemismo) que había surgido espontáneamente entre ella y yo. De vez en cuando mascullaba su aburrimiento y bebía. Conociéndolo -y ya absolutamente determinado a elaborar cualquier argucia posible para canalizar las bestias desenfrenadas de mis instintos-, sabía que caería de un momento a otro. Por suerte había whisky suficiente.
A continuación su majestad intelectual Pepe, dejando entrever en su actitud corporal todo el desprecio del que era capaz, encendió el televisor y se arrojó, luego de llenar bien el vaso, sobre el colchón arrollado que improvisé como puff. Ya estaba el chivo en el lazo. Seguimos conversando unos minutos y al fin oímos un ronquido. Había terminado su copa y el sueño implacable de Baco lo había alcanzado, dejando en libertad de acción a la sensual Ménade Colombiana.
-Parece que se durmió -dije para llenar el silencio, dando voz a una obviedad rayana en la oligofrenia.
-¡Pues, sí, por nuestra santa madre! No hay santo que le aguante. Y ió que había puesto mis expectativas en él…
-No, pero no es mal tipo, pasa que…
-Iá sé lo que sucée, mi amigo, pero ió no soy un crío, tampoco, y una cosa te puedo decir: no es la clase de gente con la que me guste compartir nada.
-No, pero…
-Iá, iá, tu eres su amigo, pero no hace falta que le defiendas. Es mi gusto y claro está.
-Por supuesto.
-Tú, en cambio, eres más chévere.
-No vayas a creer. Dime con quién andas…
-No, todos somos diferentes; y bien que tú lo sabes, ¿o no? -Formuló la pregunta de cierre con cierta picaresca implícita que no atiné a discernir de dónde venía.
-¿Qué es lo que tendría que saber, yo?
-Vamos, vamos, eres bastante psicólogo, tú. ¿A que sí?
-¿Psicólogo?
-Psicólogo natural, ya sabes. No me refiero al estudio.
-Bueno, puede ser, qué sé yo…
-Bien que sabes. Supiste todo el tiempo lo que ió estaba pensando.
-No, la verdad es que…
-Lo único que ió también soy bastante psicóloga, y supe lo que pensabas todito el tiempo. -Y se quedó mirándome con una exagerada sonrisa, y ante mi estupor soltó una estentórea carcajada y a continuación se tapó la boca. Miramos a Pepe. Seguía quién sabe en que bajo estrato onírico.
-Sabes, ió quería tener una noche de pasión, y iá había perdido las esperanzas.
-¿Acaso las recuperaste?
-Pues sí. Me encantaría pasar la noche contigo.
-¿Y con éste que hacemos?
-Lo dejamos dormir.
-Es mi amigo.
-Pues bien, como quieras, pero te aseguro que mío no es nada. Tal vez en sus fantasías, o quizá sólo una abortada noche de sexo en el extranjero. Nada más que eso.
-Y entonces yo, ¿qué vendría a ser?
-No sé. ¿Un souvenir? -Volvió a reír, y supe que no convenía en lo más mínimo elaborar ningún andamiaje emocional. Era una cuestión entre ella y mi pene. Salvo las partes álgidas, lo demás era simple y mero decorado. Y flor de escenografía, en el caso de ella.
Me besó, y volví a sentir un flujo eléctrico por mi cuerpo. Fuimos a la habitación, entreabrí la persiana para no perder detalle visual de semejante espécimen femenino, y me arrojé sobre las olas de un frenesí agitado por verdaderas tormentas de pasión. Su delicada ropa interior hacía sentir que uno estaba abriendo la mismísima fuente de todos los deseos. Una vez abierto el fuerte pero delicado fruto de la madre naturaleza, no fue otra cosa que acariciar, tocar, apretar, lamer; en suma, pretender congelar el tiempo, inmersos como estábamos en el jardín de las delicias, tan pocas veces asequible a los temperamentos solitarios.

Me había olvidado por completo de Pepe. Es más, si hubiera aparecido en ese momento le hubiera propinado mi mejor golpe para volverlo a dormir y continuar con lo mío. Pero fue el feroz campanilleo del teléfono lo que me sobresaltó. Sonaba muy fuerte, y estaba en el salón donde dormía mi amigo. Tardé un par de segundos en hallar mis calzoncillos. Si bien no era indumentaria decente y mucho menos justificante, era mejor que entrar parapetado tras mi erección. Corrí a tomar la comunicación y vi que Pepe seguía durmiendo como si nada. ¿Habría que llamar a un médico? Bueno, es grande, che, que se haga cargo, pensé.
-Hola
-Hola, Cratilito, ¿Cómo estás? -Era alguien que se creía mi pareja con cama afuera, y yo la dejaba que se lo crea por obvias razones. Llamaba desde Amsterdam, porque eso sí, para viajar, viajaba sola. Ta’ bien, era su guita y aparte no me rompía las bolas por un buen tiempo.
-Bien, acá, durmiendo.
-Ah, claro, la diferencia horaria… pero estás agitado…
-Es que vine corriendo a atender. Me imaginé que eras vos.
-Bueno, no te andés haciendo el vivo, por ahí, eh...
Carolina se había asomado a la puerta y sacudía la cabeza burlescamente, a tenor de mi discurso sumiso. Luego, al advertir que la bestia seguía durmiendo, se acercó, se puso de rodillas e introdujo mi declinante pene en su boca. Otra vez la estática amorosa me nubló la mente.
-¿Para eso me llamás? ¿Con lo caro que sale me llamás para decirme que no me haga el vivo? -El hablar casi jadeante podía ser atribuible a la ira. Al menos eso pensé, pero el pensar no era mi fuerte, y mucho menos en ese momento. Estaba ensayando formas de adulterio que me eran ajenas hasta entonces. Estaba engañando a la vez a mi supuesta “pareja” y a uno de mis mejores amigos con una tercera que, al parecer, nada formal tenía con ninguno de ambos. Es bastante loco, ¿no?
-Bueno, no te enojes. Te llamaba para decirte que te amo, también.
-Bueno, yo también. Chau.
Y colgué justo para agarrarme de los gruesos cabellos castaños y eyacular violentamente en su cara. Ella no se quedó atrás: llevó sus dedos al clítoris e hizo lo propio, con mi miembro en su boca y resoplando fuertemente por la nariz.
Volvimos a la cama botella en mano. Bebimos y retozamos hasta que comenzó clarear, que fue cuando con esa languidez propia del sexo saciado, nos encontramos carnalmente por última vez, dejando lugar al sentimiento antes que a la fiereza de la sangre. Luego, me quedé dormido como Pepe, incluso peor.

Al despertar no había nadie. Por suerte, ya que se me partía la cabeza y lo que menos ganas tenía era de hablar con alguien, sobre todo si era para kilombo. Tomé como cinco vasos de agua, dos aspirinas y puse la pava para hacerme un café. Me senté a la mesa, encendí un cigarrillo y apoyé mi doliente cráneo sobre las manos. En eso, como era de esperar, sonó el teléfono. Estaba ahí, sobre la heladera, a un paso. A mil kilómetros. Pero me sonaba demasiado fuerte. Tomé coraje y me levanté.
-Hola.
-Qué hacés, basura -¿Hace falta decir que era Pepe? Encima me llevaba varias horas de sueño.
-¿Qué onda?
-Ah, qué onda, decís, traidor.
-No soy traidor. Soy filibustero.
-¿Qué carajo?
-Dejá, ni te acordás lo que hablás cuando te mamás hasta las muelas.
-Claro, y mientras tanto vos te cojés a mi chica.
-Me dejó bien en claro que no era tu chica.
-Ah, ¿no? Precisamente, no es mi chica porque vos te aprovechaste de que yo estaba en pedo, y ella también, y te la macheteaste. Sos una rata, man.
-¿Ves que no sabés lo que decís? Tomó agua, gil. Agua. Y en todo caso, te hice un favor.
-¿Qué favor?
-Y, si te tomás en serio a una mina que -según vos-, ni bien te mamás te caga, es obvio que te estoy salvando de cruces peores. Por lo menos, yo soy tu amigo.
-Amigo las pelotas.
-Bueno, amigo, si te bancás volver a tu casa sin pasar por la pulpería de Cratilo…
-¿Encima te tengo que terminar agradeciendo?
-Y, como te parezca.
-Sos un hijo de puta, Cratilo.
-Ya sé. Me lo decís cada vez que te ponés en pedo; o sea, siempre.
-…
-Che, hablando de todo un poco, ¿no me decís adónde la puedo encontrar? Antes de que se vuelva, digo. Pasa que no la vi cuando se fue.
-¡Andá a la concha de tu madre!

Aquí es donde supongo que los cuenteros normales, o al menos las personas incluidas en esa difusa categoría que es la normalidad, especularían con cuestiones de índole sociológica, o incluso filosófica. Por mi parte, solo puedo decirles que llevo, grabada en mis retinas y entre mis mejores recuerdos amorosos, la adorable figura de aquella ninfa colombiana. Y también, por lejos, la mejor satisfacción que me ha dado persona alguna vinculada al mundillo editorial.