sábado, 1 de octubre de 2011

CONTACTO EN LA HABANA


Toda ciudad grande, en tamaño e historia, tiene determinadas características absolutamente propias. Algunas más, algunas menos. Y en este sentido, quiero decir que La Habana, esa perla bravía y heroica de Las Antillas, tiene tantas y tantas notas propias de su esencia que la ubican fuera de proporción con cualquier otra urbe que yo haya podido conocer. No voy a abundar en ellas -como el joven Rimbaud, detesto las cualidades descriptivas e instructivas-; sólo voy a decir que debido a estos pequeños y determinantes detalles, a menudo sueño que recorro sus calles y converso con su adorable gente. Una parte de mi psique ancló allí, evidentemente, y recurrentemente canta oraciones a Iemanjá sentado sobre el muro del Malecón.
Hace más o menos tres años, paré en un bar de La Rampa a tomar un par de mojitos y a preguntar por un contrabajista llamado Rafael con quien había hecho buenas migas en un viaje anterior. Solo el dueño lo recordaba. Rafael, gran músico, gran amigo, me dijo, y agregó: me dijeron que anda tocando en un bar por La Habana Vieja. Bueno, me dije, espero encontrarlo rápido, porque a un mojito por cada bar de ese barrio, pronto estaría dando más lástima que de costumbre. Sin embargo emprendí la marcha.
De pronto me encontré frente al bar-hotel Ambos Mundos, y empezó la cuestión Hemingway -otra de las características habaneras que, como un aderezo importado, impregnaba la atmósfera casi tanto como el olor a tabaco o la música de Compay Segundo. Que había escrito allí una novela completa, que estaban sus cosas, su máquina de escribir, etc., en una habitación que si bien no se rentaba, daba buenos dividendos por cuanto un montón de giles pagaban una buena suma por observar esos despojos, con el bonus track morboso de ciertas marcas de lápiz en la pared que se supone -permítaseme la suspicacia- había hecho el narrador para establecer la medida de su decadencia física, ahogado en cuitas de decrepitud cual modelo de alta costura. En fin… nada de eso me pareció muy potable, para depresiones tenía las propias, así que subí al ascensor que me condujo a la terraza, donde podía seguir dándole a los mojitos, ver el fantástico atardecer y oír la exquisita música típica de un trío (guitarrista, tresero y bongosero con pedal para el cencerro). A veces la vida es muy bella. En todo caso, era mejor que ver los harapos apolillados de un viejo lenguaraz y coqueto. Por mejores cosas que haya escrito.
Mas de alguna manera el espíritu del rudo narrador me había tocado. Ya conocía de sobra La Bodeguita del Medio, mucha gente y sólo mojitos. Estaba cansado de mojitos, así que me fui al Floridita -lugar histórico si los hay, ya que dicen que allí se ha inventado nada menos que el Daikirí-, otro de los lugares que frecuentaba el viejo Hem. Y allí estaba él, acodado en su sitio predilecto de la barra. Un poco amarillento y duro, ¿qué culpa tiene el bronce si se despierta borrachín? (Otra vez Rimbaud, ¿qué carajo tendrá que ver con él, conmigo, con La Habana? Ni el simbolismo más abstruso, che.)
Bueno, acomodé una banqueta a su lado y pedí un Daikirí de frutilla. Trato de estar alerta con estos detalles, pero siempre se me piantan. Allá se dice fresa, y encima el barman me gasta con la Ye. ¿FrutiYa?, me remeda. Ya sabe que soy argentino, y porteño. No, si el lenguaje expresa más que lo que uno quiere transmitir. Y esta regla se cumple con mayor rigor cuanto más boludo es el emisor.
El broncíneo autor y yo nos miramos de reojo, un par de veces, justo cuando me sirven el Daikirí de frutiya. ¡AHHHHHHH… DELICIA DEL SEÑOR, NO SÉ QUÉ SEÑOR PERO DE CUALQUIERA QUE PUTA SEA! El día que tenga mucha, pero mucha guita, compro este lugar con empleados y todo y muero aquí. Pero sin bronce, por favor. Aunque sobrados méritos de la índole que fuere lo habilite. Y en tren de fantasiosas megalomanías, en todo caso preferiría que hicieran diariamente una imagen mía de mazapán para ser devorada solamente por doncellas hermosas, jejejé.
-¿Siempre sos así de pelotudo? -Me pregunta Ernestito.
-¿Y vos siempre estás tan durito? Yo seré pelotudo, pero todavía puedo empinar el codo. ¡Salud! -Respondí desafiante, mientras pedía otro.
-Mirá, mariconcito, te hacés el vivo porque estoy muerto.
-Y, si me estás hablando, yo podría con toda legitimidad colegir que te hacés el muerto porque estoy vivo.
-Con todos los idiotas que hay en el mundo justo me venís a tocar vos…
-Cagaste. Encima no te podés ir.
-Pero puedo ignorarte.
-Podrías, si este diálogo no estuviera ocurriendo dentro de mi alcoholizado cerebro.
-Buen punto.
-Viste que tan idiota no soy…
-Es tu criterio. Lo acabás de decir -juro que me pareció advertir un mohín de sarcasmo en su metálico rostro. -¿Y qué carajo querés? ¿Fama?
-La fama es puro cuento, como dice el tango.
-¿Qué cosa?
-Un tango de Humberto Correa -y canté: 

Es que la gola se va
y la fama es puro cuento
y andando mal y sin vento
todo, todo se acabó
Hoy solo queda el recuerdo
de pasadas alegrías,
pero estás vos, viola mía,
hasta que me vaya yo.
-Un poco llorón. ¿no?
-El tango es así.
-Me estoy aburriendo.
-Qué, ¿soy tu payaso, acaso?
-Sos payaso. Mío, ni regalado. Y todavía no me dijiste qué querés.
-Just chat, Ernie, just chat.
-Oh.
-Eso no ayuda mucho. Cualquier boludo dice oh.
-Pero no cualquier boludo es Hemingway.
-Por eso mismo espero más.
-¿Qué querés? ¿Qué te escriba un cuento?
-Es lo que estoy tratando de hacer, así que podrías dejar de hacerte el bronce y colaborar.
-Estás frito. Te falta seriedad.
-Ah, mírenlo al señorito. Tan seriecito, él, que ha pasado la vida matando gente, animales, y golpeando mujeres y maricas.
-Les he partido el morro a hombres de verdad. A los payasitos, al menos en ese nivel, los ignoro.
-¿Es cierto que marcabas tu altura en la pared para ver cómo te ibas encogiendo?
-No sé quién inventó esa estupidez. O sí, me imagino que fue algún avivado del Ambos Mundos para darle un toque de efecto a su macabro negocio.
-Viste. Yo pensé lo mismo. Aunque ahora que te conozco…
-Qué me vas a conocer, bobo.
-¿Es cierto que en esa habitación escribiste Por quién doblan las campanas?
-Tal vez alguna parte, ¿por?
-No, porque como lo escribiste acá en Cuba, podrías haberlo titulado Por quién doblan las bananas.
-Ah, sos cómico.
-Claro, si te espero a vos, que sos tan seriecito…
-Sí, soy serio, ¿qué hay?
-Ahora te tiro la pelota a vos. Por ser tan serio, mirá cómo terminaste.
-¿Y vos qué mierda sabés cómo y por qué terminé así?
-Cómo, bueno, lo sabe todo el mundo. Te hiciste la cabeza tan papilla que jamás se supo si habías apuntado la escopeta a la cabeza o a la boca. Por qué, sería fantástico que me lo cuentes.
-Estaba enfermo, pelotudo.
-¿De la cabeza o del cuerpo?
-¿Acaso la cabeza no es parte del cuerpo?
-Ah, te hacés el gracioso ahora vos, que sos tan…
-Te estoy devolviendo la pelota yo, ahora, estúpido.
-Sí, pero no me contestaste.
-Te diría que del cuerpo, pero eso solamente lo hago por cuanto aún no entendiste que es lo mismo.
-No creas, algo me imagino.
-Algo no es suficiente, e imaginarse, menos.
Cavilé unos momentos. Se acercó uno de los barman y me preguntó si apetecía otra. En realidad quería todas, pero la producción nunca fue mi fuerte. Aparte el ron ya me salía por las orejas. Agradecí y pagué. Cuando me trajo el vuelto, me preguntó, socarrón:
-¿Interesante, la plática? -¿Tan mamado estaba que hablé en voz alta? En todo caso, me dio bronca y le respondí:
-Nada que ver, el viejo boludo éste. -No le gustó nada, y el de al lado emitió unas risitas agudas. -Deberían poner una estatua de Groucho Marx, ahí.
-Oiga, amigo -dijo el primero-, el hombre ha sío un cliente ilustre de esta casa, y pienso que debe guardále el debido respeto.
-Me extraña, un cubano que salte por un yanqui -cosa de borrachos. La cuestión que no le gustó ni medio.
-¡Mira, comemielda, que te la vuá dá en el centro de la misma cabeza!
Lo había logrado. Ya era bardero de bar a nivel internacional. El viejo Hem me hizo un movimiento de cabeza indicando la puerta. Tenía razón. Pero antes de irme, con ese orgullo cuasi adolescente del beodo, le grité:
-¡Che, cubano, el único Ernesto es el Che, los demás son de las bolas!
Salí. Me paré, algo bamboleante, a leer la placa de ¿bronce? que deja constancia del Original Daikirí. Buen Daikirí, quién lo va a poner en duda. No sé si tan buena la atención. Hablar con la Ye o con una estatua, no era motivo de sorna, que vá.
Mientras emprendía la caminata de nuevo hacia La Rampa, una niñita de unos diez o doce años pasó salticando y cantando una canción de los Enanitos Verdes, una banda de mi tierra. ¿Qué loco, no?
Y yo estoy aquí,
borracho y loco,
y mi corazón idiota
siempre brillará

Qué más decir…