miércoles, 7 de septiembre de 2011

ORIENTACIÓN VOCACIONAL PARA NINFÓMANAS

Mujer desnuda - Antonio Bernal
Enero de 2010. Verano criminal en Río de Janeiro. Una noche bochornosa, la temperatura seguramente alcanzaría los 30º. Estaba sentado a la mesa externa de un pequeño grill, en la populosa calle Nossa Senhora de Copacabana. Terminaba de comer un galeto a las brasas y tomaba Skol sin solución de continuidad; y así como la tragaba, la transpiraba. Los basureros aún no habían pasado, por lo que el aire venía cargadito de efluvios de materia orgánica en descomposición
-¡Piero! -Grité de sorpresa, al ver venir caminando a mi amigo el camionero. ¿Qué carajo estaba haciendo allí?
-¡Hola, Gaby! ¿Qué carajo estás haciendo acá?
Nos abrazamos, y nos cagamos de risa de pura felicidad, nomás. Era bueno encontrar un socio por allí, por que si bien Río ya no es lo que era, un ladero -sobre todo grandote- no venía nada mal, por cierto. Se sentó.
-No puede ser, boludo… -me dijo, meneando la cabeza. -Mirá dónde nos venimos a encontrar…
-Es muy loco, sí, pero me he encontrado a tantos giles a miles de kilómetros, que encontrar una persona no viene nada mal.
A continuación intercambiamos información básica onda ¿dónde estás parando? ¿Hasta cuándo te quedás? Etc. etc.. Y después, al grano.
-Meses, que no te veía, loco. ¿Anduviste viajando?
-No, anduve medio guardado.
-¿En qué quilombo te metiste?
-No, nada, todo culpa de una mina.
-Por áhi cantaba Garay… dale, contá. Esperá, esperá… -llamé al mozo y le pedí cachaça. Había que aflojarle la lengua. Aparte, ya era hora de dejar de llenarse la barriga con cerveza.
-Nada, que la Gringa me presentó a una amiga.
-¿La Gringa, tu amiga?
-Sí, ya no sé si es mi amiga, porque seguramente sabía muy bien a quién me presentaba.
-¿Quién era, la novia de Drácula?
-Y, más o menos. Hermosa, la yegua. Tendrías que haberla visto, Cebrián, vos que siempre me decís que ando bagayeando.
-No digo que andés bagayeando, digo que tenés cierta predilección por las gordas.
-Bueno, son gustos. Aparte, sabés que siempre es mejor tener de donde agarrarse… (disculpen el lugar común y el humorismo básico que trasunta tal observación, pero Piero es así. Lo he oído decirlo unas cuatrocientas veces, por lo menos). Pero ésta no, loco, ésta era hermosa por donde la miren. En serio, te digo, boludo.
-Y bueno, te encanutaste con la mina y desapareciste del mundo. Nada nuevo.
-Ahá. Eso es lo que vos te creés. Si eso fuera todo, todavía estaría encanutado, gil.
-¿Y cuál es, la historia?
-La historia pintó el día en que la conocí, hace dos meses. La invité a tomar unas copas, y a la segunda ya me dijo que quería ir a mi casa.
-¡Buenísimo! Encima que iba al frente, te hacía gastar poco.
-Sí, un poco rápida, para mi gusto.
-¡Andá, zapatitos blancos!
-Sí, rápida para cualquiera. Te querría ver a vos…
-Si está tan buena como decís, dale, nomás, traela.
-No jodás si todavía no sabés cómo sigue. La cosa es que llegamos a casa, y ni bien cerré la puerta me saltó encima.
-Hasta ahora no veo la falla.
-Esperá. Nos echamos unos fierros terribles; ya no soy un pendejo, mas creo que batí mi propio récord. Pero la verdad es que luego de eso se quedó en la cama. Nunca más se vistió. Se levantaba para cocinar algo -en bolas, por supuesto-, o para bañarse…
-En bolas, por supuesto -acoté..
-Qué opa que sos, claro. La cosa es que nunca más se vistió. Y como estaba tan buena, yo me tentaba a cada rato.
-Cierto, te veo un poco más delgado…
-¿Más delgado? Casi me internan, boludo. Marga -que así se llamaba- se la pasaba todo el día en la cama mirando TV, leyendo revistas eróticas, viendo canales porno…
-Ah, tenés canales porno, puerquito.
-No es el tema. La mina esa era una máquina, no paraba, y yo dale que te dale, me temblaban las piernas.
-Bueno, un poco está bien, ¿no?
-Qué querés que te diga… la cosa es que el amigo se me empezó a deshilachar.
-¿Cómo?
-Claro, pelotudo. Cuando le mostré las llagas al médico casi se cae de espaldas. ¿Qué hiciste, boludo? ¿Te pusiste algo? Me preguntó. Le dije que no, que la cuestión era que le estaba dando mucho a la matraca. Meta bola y pasale el trapo, ¿no? dijo meneando la cabeza, como si le costara creerlo…
-Eso es porque no te conoce.
-Acto seguido me dijo que tenía que parar, por lo menos hasta que se fuera la inflamación.
-Eso también es porque no te conoce.
-¿La querés cortar con eso? La cosa es que cuando me iba a ir, munido de la receta de un ungüento destinado a desinflamar la tacuara, se rompió la cerradura de la puerta; llamó al cerrajero y tenía por lo menos hora y media de demora. Yo me empecé a hacer la cabeza de qué estaría haciendo Marga, así que salté por la ventana y me fui.
-Bueno, al menos el médico empezó a conocerte, desde ese momento. Y se habrá explicado un par de cosas.
-Claro, boludo, lo peor es que me enamoré. Y como ella era tan ligera de cascos, vivía enloquecido. Andaba con el mionca como a ciento cuarenta, ni paraba para comer, me estaba saliendo úlcera en el estómago…
-Con la del bicho, ya iban dos...
-Já. Qué canchero que sos, eh. Y cuando llegaba...
-Me imagino, no hace falta que me cuentes.
-Estaba en una encrucijada. Pensé en echarla a la mierda, pero me gustaba demasiado. Aparte me volvía loco pensar que estuviera con otro.
-¡Sos un pelotudo! Vos solito metés la cabeza en la jaula… si te la querés sacar de encima, ¿qué te importa que se la garche otro? Mejor, tío.
-Ves que no entendés nada, sos más frío que un pescado, vos.
-Y vos de caliente mirá en las que te metés.
-Una vuelta me senté a la mesa del comedor, un poco escapando de esa barracuda sin dientes que Marga tenía entre las piernas, a tomar un mistela tranquilo y escuchar la Rock & Pop. Entre el cansancio, el vino, la incertidumbre, el no saber qué hacer, me vino la idea de boletearla.
-Estás reloco, gringo. Sos una bestia. Pobre mina, si es así no debe ser culpa de ella. Uno no mata a una mujer porque tenga muchas ganas de coger. Al menos ahora, en la edad media había fulanos que se encargaban de eso. O qué sé yo, todavía hay por ahí culturas que les cortan el clítoris…
-¡Eso es una barbaridad!
-Claro, cagarlas matando no lo es, ¿no?
-Vos no entendés.
-Claro que entiendo. Vos suponés que el amor justifica todo, incluso el crimen pasional, ¿no? Éstos gringos…
-Bueno, te digo que lo pensé, pero no lo hice.
-¡Más vale! ¿Y cómo siguió?
-Le seguí dando con lo que tenía a mano. Compré un vibrador, le hice sexo oral, cuando conseguía reponer energías la colocaba… viste cómo es eso.
-En general, sí; pero en el caso particular, no sé. He conocido minas entusiastas, pero por lo visto ésta es medalla de oro olímpica.
-Y también sabés que las cosas se agotan.
-¿Las reservas seminales decís?
-No, pelotudo. Los sentimientos.
-Ah, claro.
-Sí, por más buena que esté, de tanto darle pasás del embelesamiento a la saturación. Entonces le dije que quería un poco de espacio, viste,,,
-Siempre tan original, vos.
-La cosa es que se puso a llorar, y me sorprendió por completo.
-¿Qué te sorprendió? ¿Qué evacúe fluidos por otros orificios distintos?
-Ves que sos un hijo de puta. Y encima ya sé que vas a andar escribiendo todo, así que estoy tentado de no contarte más, por forro.
-Dale, si te gusta el protagónico...
-Sí, más cuando creo que adopté una resolución impecable.
-Uy, no sé si quiero que me la cuentes.
-La cosa es que un día la invité a las Cataratas del Iguazú.
-No me digas que la empujaste a la Garganta del Diablo…
-¿Ves? Esa no hubiera estado tan mal, tampoco. Pero entonces no te tenía a vos cerca para que me asesores. Preparamos un par de valijas, casi todo mío, porque ya sabés…
-Sí, sus manías de nudista.
-Fue nomás subirse al camión, mandarse al camastro detrás de los asientos y pelar.
-Loco, ¿Estás seguro que te la querés sacar de encima? No parece mala mina. Gauchita como ella sola.
-Sí, hablar es fácil. Antes de llegar a Entre Ríos ya había parado dos veces a darle bomba. Pero bueno, era el último esfuerzo. Ya estaba viendo la luz al final del túnel. En Paraguay me esperaba un amigo, que tenía minas laburando. Se la dejé.
-¡Eso es trata de personas!
-No sé lo que será, técnicamente, pero era eso o matarla.
-¿No probaste dejarla llorar un rato y luego ponerle una estampilla en el culo y rajarla?
-Primero, que no me gusta ver llorar a una mujer.
-Sos un santo. Preferís venderlas.
-No te hagás el cínico. No la vendí, no cobré un mango. Ahora que lo decís, tendría que haberle pedido un viático aunque sea, ¿no?
-¿Y se quedó así nomás, mansita?
-¡Qué va! Pataleó como una yegua.
-Sos un hijo de puta, gringo. Un hijo de puta romántico, pero hijo de puta al fin. Y te viniste para acá.
-Claro. Hacía rato que tenía ganas de conocer Río. Estaba más o menos cerca, tenía unos pesos y de pasada, estaba lejos por si se producía algún barullo con esta historia.
-¿Y vos pensás que va a haber barullo?
-No creo. Primero, tiene que probar que la dejé allí por la fuerza. Y aparte a Gualterio, mi amigo paraguayo, no se le escapan las putas así nomás.
-No sé qué decirte. No sé si te admiro o te desprecio. Creo que las dos cosas por igual.
-Bueno, quedé empatado. Seguí igual que hasta ahora.
Pasaron los basureros y el aire se hizo un poco más respirable. Seguía caliente, pero menos apestoso. Pedimos más cachaça. Entonces sonó el teléfono de Piero.
-Hola… ¿¡Marga!? ¿Cómo…? No, sí, sí. Ah, claro, sí… Bueno, no sé que decir… no, está todo bien, no hace falta que me digas… bueno, querida, sí… sí… está bien, en unos días nos vemos.
Casi me estalla la cabeza.
-¿Qué fue eso?
-No, era Marga.
-Ya sé, pelotudo, ¿qué te dijo?
-Dijo que le había salvado la vida. Que por fin se sentía útil y respetada, y que aparte vivía bien y con muy buenas proyecciones laborales. Que gracias a mí podía finalmente trabajar en lo que le gustaba.
-Mirá vos -dije, algo fastidiado por lo insólito de aquel asunto.
-Y me invitó a pasar por el cabarute de Gualterio, así nos echábamos unos buenos por los viejos tiempos.