martes, 14 de junio de 2011

Tío, ¿y si llamamos un par de putas?


Mujer Xavante

Después de un día de pesca en las canteras, Marcus regresaba a su casa cuando en uno de los taludes recién socavados vio unas superficies blancuzcas que llamaron su atención. Escarbó cuidadosamente con sus dedos y extrajo a poco un fragmento de maxilar inferior humano, casi seguro. Lucía lo suficientemente antiguo como para revestir algún valor. Tal vez su mala estrella aflojara, y pudiera venderlo a algún científico o coleccionista en unos buenos mangos. La codicia lo impulsó a atacar a mano limpia la zona del hallazgo, mas ese hueso parecía ser todo.
Ya en su casa tomó el teléfono y llamó a su tío, el Dr. Pickwell, distinguido antropólogo y profesor emérito de la Universidad Nacional de La Plata. Lo puso al tanto de la novedad, mas el científico no pareció otorgarle importancia alguna; mas bien pareció convencido a priori de la nulidad del objeto, y era patente que apelaba a la mínima condescendencia cuando le indicó pasar por su estudio un par de horas más tarde.
Así lo hizo Marcus, y poco después se encontraba presionando el timbre en el portón lateral de la casa de su tío, ésto es, donde su tío tenía montado esa suerte de biblioteca, banco electrónico de datos, taller etnográfico, etc. Enseguida el viejo abrió y le indicó pasar.
-Adelante, Marcus. Veamos qué es eso que traes contigo –dijo el Dr. Pickwell, con el mismo tono liviano que había asumido por teléfono.
-Mire, tío, no lo quiero hacer perder su valioso tiempo –ironizó Marcus, -mejor lo dejamos y ya.
-No, no, nada de eso. No perdemos nada con echarle una ojeada.
Entonces el joven extrajo del bolsillo de su chaqueta el trozo de maxilar, envuelto en un pañuelo, y lo tendió hacia su tío. Éste lo tomó y lo escudriñó durante unos instantes. Marcus se regodeó en silencio ante el cambio de actitud que observó el Dr. Pickwell, quien con notoria ansiedad buscó una lupa para analizar más en detalle la pieza ósea.
-¿Dónde dijiste que lo has encontrado? –Preguntó, sin dejar ni por un momento el estudio del objeto.
-En las canteras de Hernández –respondió Marcus, -a más o menos un metro de altura en el talud que da hacia este lado. Parece antiguo, ¿no es así?
-Si. Parece antiguo en lo que hace a su estado. Aunque morfológicamente, a contrario, resulta en un todo análogo al correspondiente al hombre actual. Es extraño, ciertamente. Si me permites, voy a someterlo a una serie de tests que nos indicarán su antigüedad
aproximada.
-Haga tranquilo, tío.
-Puede llevar algún tiempo…
-No importa, no tengo mucho que hacer. -Mientras el anciano doctor colocaba la muestra en un recipiente, mezclaba unos líquidos en otro y manipulaba mouse y teclado de una computadora, Marcus prosiguió:
-En fin, si resulta ser algo tan raro así como parece, ¿puede haber una moneda atrás? Digo, ¿no?, algún par de billetes…
-Marcus, Marcus, ¿dónde está ese espíritu altruista para con la ciencia?
-Estar, lo que se dice, no sé dónde está. Para usted es fácil, con todo lo que estudió. Aparte tiene todos estos aparatos, una flor de casa, un auto… yo tuve que ir a ver si agarraba unas tarariras para la cena, que si no… no, no es lo mismo.
-Ya, ya. Primero veamos de qué se trata. No debes hacerte muchas ilusiones, de todos modos. Tú sabes que en este país suelen encontrarse muchos huesos humanos por ahí, desgraciadamente –le contestó su tío, con aire ausente, absorto como estaba en el estudio.
-Sí, tá bien. Pero me dijeron que en el mercado negro los yanquis pagan bien las cosas raras, así que después no me venga con altruísmo ni nada de eso, eh.

El Dr. Pickwell miró el resultado en el monitor y meneó la cabeza como desconcertado.
-No puede ser. Debo haber programado mal algo.
-¿VIO? ¡LE DIJE, TÍO, LE DIJE!
-Espera, espera, déjame chequear el procedimiento.
-¿Cuántos años le dio?
-No, no puede ser –respondió Pickwell, mientras repasaba febrilmente cada paso de la prueba.
-¡¿CUÁNTOS AÑOS LE DIO?!
El científico se dejó caer, laxo, sobre el taburete. Había concluido la revisión, y no parecía haber error alguno en el procedimiento. Respondió a su sobrino con aire abrumado:
-Ciento cincuenta mil años.
-¡¿VIÓ?! ¡¿VIÓ?! ¡YO LE DIJE! ¡VAMOS, CARAJO Y LA RE MIL PUTA QUE LO PARIÓ!
¡VAMOS, Y LA RECONCHA PUTA DE LA MADRE! ¿Y CUÁNTO VALE?
-No puede ser, Marcus querido. Debo haber cometido algún error.
-No, tío, ma qué error. Si ustedes los científicos se la pasan laburando como negros en una teoría para que venga otro y se la tire a la mierda.
-La verdad, no sé… tendría que llevarlo a la Universidad…
-Ni se le ocurra. Ni lo sueñe. Ahí son todos buchones. Seguro que al toque lo denuncian y chau negocio.
-¿Quieres dejar de manejarte como si fueses un arameo regenteando una tienda de antigüedades? ¿Acaso no adviertes lo que significa un hallazgo como éste?
-La prueba está bien hecha, tío, ya la chequeó. Y su estupor me anuncia que soy un hombre rico. Y dicho sea de paso, ¿qué significa?
-Que todo lo que creíamos saber acerca del hombre americano, y yo diría del hombre en general, queda reducido a cenizas.
-¡Qué novedad! Usté por ahí porque leyó demasiado. Nosotros, los comunes, sabemos que eso pasa siempre.
-Bueno, dicho así, parece como que soy muy ingenuo.
-No, usté no, tío. Todos, los que son como usté.
-Lo tendré en cuenta –se levantó y fue hasta un mueble. Sirvió dos taquitos de Ponche Capitán de Castilla.
–Creo que nos hace falta un trago.
-A usté le hace falta un trago. A mí me hacen falta varios. Tengo que festejar.
-No te enloquezcas, Marcus. En todo caso, aún aquí, me gustaría hacer varias pruebas más. Supongo que vas a dejarme la muestra.
-Supone mal. Mire, tío, vamos a hacer una cosa: yo me quedo acá, no lo jodo, duermo en el piso, lo que sea. Y usté, entre tanto, le hace todas las pruebas que quiera. Sin dañarlo, claro.
El Dr. Pickwell comprendió que no iba a poder librarse así nomás de aquel pelmazo. Mas el interés desmesurado y la ambición profesional que había excitado aquel prodigioso hueso obnubilaban cualquier molestia colateral.
-Está bien. Como quieras. Pero te advierto que puede resultar tedioso.
-Nada de eso. Estoy en el país de las maravillas. ¿Me puedo servir otro ponche?
-Sí, pero no abuses. Sírveme otro a mí, también.
-Oquéi, pero no abuse. Yo me puedo poner en pedo, usté no, tiene trabajo que hacer. Mientras servía, canturreó improvisando melodías “estoy en el país de las maravillas, estoy en…”
-Hablando de maravillas, puede que lo que hace este programa te maraville. Es en realidad sorprendente –interrumpió el Dr. Pickwell, mientras manipulaba la computadora. Marcus le alcanzó su taco y preguntó: -¿Y qué hace ese programa?
-Es un diseño de la Colbert-Gilliam Sistems Inc., que a partir de un minúsculo fragmento de tejido –cuya señal ecografiada se transmite a un procesador muy sofisticado, junto con algunas otras precisiones químicas- es capaz de reproducir la forma exacta del organismo que lo contuvo en vida.
-Á la mierda…
-Y eso no es todo. También proyecta una imagen holográfica de dicho organismo, a tamaño real.
-¿Holográfica?
-En tres dimensiones. Es una  forma de visualizar mejor al individuo, ¿no crees?
-Sí, sí creo. Hoy, creo en todo, vea. Déle, póngala, póngala, así lo vemos.
-Habrá que esperar un buen rato. La data la copia enseguida, pero los procesos subsiguientes pueden llevar horas.
-Bueno, tío, ¿y qué le parece si en el interín llamamos un par de putas? Yo todavía no tengo un cobre, pero en cuanto venda el hueso...
-¡Fíjate lo que dices, zopenco! Aún en el caso que no tuviera frente a mí un prodigio semejante, cuyas implicancias totales quizá lleven muchos años de estudio, jamás me entregaría a una práctica tan innoble y degradante.
-Afloje un poco, tío. Conozco una agencia que tiene cada hembra que va a ver cómo se le pasan los remilgos...
-¡Terminemos con esta cuestión! Si vas a quedarte aquí, haz el favor de guardar silencio, de modo que pueda concentrarme –lo conminó, mientras comenzaba a volcar apuntes en un notebook conectado al sistema central. Marcus fue por otro ponche.
-Es rica, la porquería ésta, eh –comentó mientras servía.
-¡Te dije que guardes silencio!
-Tá bien, viejo, qué carácter.
Mientras Pickwell reunía las bases documentales que eventualmente le permitirían acotar al menos un poco las magnitudes desmesuradas de aquel fenómeno, Marcus tomó del  revistero un ejemplar de la única publicación que el mismo contenía, ‘American Science’. La hojeó y se encontró con un montón de tecnicismos en inglés, obviamente fuera de su alcance. Casi fastidiado iba a dejarla cuando pasó rápidamente ante su vista un cuerpo desnudo de mujer. Volvió hacia atrás con excitada presteza y se encontró con una foto en blanco y negro, de frente (plano americano): una mujer de piel oscura y formas casi exuberantes mas perfectamente armónicas, finos rasgos enmarcados por una melena lacia y oscura hasta los hombros, cortada perfectamente a línea al igual que el frondoso flequillo sobre las cejas. En su cintura se ceñía una especie de cordel, y esa era toda su indumentaria. Por debajo se distinguía con toda claridad un adorable pubis afeitado, cuya codiciosa observación le provocó un cosquilleo en el estómago y una profusa secreción salival.
-Déle, tío –insistió, -llamemos un par de putas.
Sorprendido en profunda concentración, el Dr. se sobresaltó y respondió destempladamente: 
-¡VOY A PEDIRTE QUE TE RETIRES!
-Si me voy, me llevo el hueso.
-¡Pero debes comprender que así no puedo trabajar! – Argumentó, tratando de contenerse. Marcus saboreó la cuota de poder que le daba la posesión de la muestra.
-Bueno, siga, siga (que viejo ortiva)
-¿Cómo has dicho?
-Nada, dije. ¿Va a laburar o va a seguir hablando giladas?
El científico volvió a su tarea y Marcus fue a por otro ponche. Regresó y se sumió nuevamente en la contemplación de la morena. Le costó salir del embelesamiento cuando intentó descifrar la leyenda debajo de la foto. ‘A woman xavante’ lo entendió. Después no cazó una. ¡Ah, sí! ¡Ésta sí! ‘beauty’ también la conocía. Era suficiente. Sí, era muy beauty. De pronto pasó de hoja, al tiempo que se concentraba en revertir el incipiente proceso de una erección inútil.

El Dr. Pickwell observó a su sobrino durmiendo en el sillón, con la boca abierta y levemente
babeado en la comisura correspondiente a la inclinación de la cabeza. Finalmente el ponche había vencido a la excitación, varias horas después. Pensar que ese energúmeno era capaz de interponerse entre él y la celebridad tan merecida, a tenor de los larguísimos
años de estudio y trabajo. No era justo. Debía librarse de tamaño escollo. ¿Y si le administraba un somnífero por inhalación y luego le inyectaba aire? Podría simular un paro cardíaco –de acuerdo al estado alcohólico y argumentando como voluntaria la inhalación de depresores. Sí, era un buen plan. Fue hasta la estantería, cogió un frasco, sacó un pañuelo
del bolsillo y lo embebió. Se volvió hacia su sobrino y dudó por un instante. ¿Era un asesino? ¿Era capaz de ultimar al hijo de su propia hermana para satisfacer sus ambiciones personales, por más justificaciones que se le ocurrieran? Miró el portaobjetos y se respondió: sí.
Comenzó a caminar hacia el joven cuando su siempre alerta espíritu analítico lo llamó a la reflexión. Evidentemente –pensó- el anuncio del portento científico llamará la atención lo suficiente como para que a alguien se le ocurriera asociarlo con esta muerte. Aparte, tal vez Marcus había comentado con terceros su hallazgo. En fin, debía pensar otra forma de sacarlo del medio.

-¡CLANC!- Sonó la señal del sistema anunciando que el proceso de reconstrucción había concluido. Marcus se despertó sobresaltado y preguntando qué había sido eso. El Dr. Pickwell le anunció, lo más solemnemente que pudo debido a su estado de ansiedad, que ya podían ver al antiquísimo anfitrión del fósil. El joven se frotó los ojos y luego los abrió desmesuradamente, mientras se acomodaba para ver mejor. Su tío, en tanto, y con manos temblorosas, manipuló cuidadosamente algo que parecía un sofisticado proyector de diapositivas. Luego presionó una tecla y de repente allí estaba: tío y sobrino quedaron estupefactos ante la imagen tridimensional tan perfecta y real como si el individuo hubiese estado allí, frente a ellos, de cuerpo presente. Un ejemplar de homo sapiens impecable en todos sus detalles y con físico y rasgos de una belleza cautivante aún para individuos heterosexuales como eran ellos.
-Oiga, tío, ésto no parece un indio. No conozco muchos, pero los que vi son distintos. Les faltan dientes, están regastados...
-¿Quieres cerrar la boca?
Pickwell comenzó a pensar que ese fragmento de mandíbula debió corresponder a un organismo absolutamente reciente, que algo en su sistema había funcionado mal. Aunque la prueba química tradicional había corroborado los guarismos arrojados por la computadora. Era muy raro, por cierto. La imagen del espécimen no parecía ajustarse en nada a un prototehuelche, por ejemplo. Marcus se incorporó con la intención de observar detalladamente el fenómeno, y entonces ocurrió algo cuya enorme imposibilidad congeló la sangre de ambos: la proyección holográfica volvió su cabeza hacia el joven, quien quedó inmóvil como lo había estado ella hasta entonces. Pickwell, boquiabierto, caviló entre zozobras que nada de eso podía estar sucediendo. Ya estaba demasiado viejo, y tal vez el  Alzheimer le estaba jugando una mala pasada.

Marcus, en tanto, fascinado como una gallina ante esa mirada intensa y gélida que lo observaba desde los confines de la prehistoria, al tiempo que se vaciaba de pensamientos caía en la cuenta de la futilidad de las ambiciones materiales que había alentado hasta entonces. De algún modo, y pese a sus limitaciones intelectuales, comprendía lo rascendente de aquella experiencia. Al cabo de unos momentos quedó sumido en una placentera lasitud. Fue cuando llegó el turno de Pickwell. Encabritado como estaba su ánimo, no tardó mucho sin embargo en sentir análogas sensaciones respecto de las frívolas
pretensiones de reconocimiento profesional. Allí estaban ambos a merced –al menos sicológicamente de una aparición que, a resultas de la conjunción de elementos fósiles y sofisticadas tecnologías, había irrumpido quién sabe desde dónde y tomado absoluto control de sus mientes.
A continuación el visitante se concentró en el hardware y quedó muy claro que aquella inteligencia, aunque artificial, sufría los mismos procesos de feroz sondeo e inducción hacia pautas objetivas. De pronto el extraño ser abrió sus brazos hacia atrás e inhaló lenta y rofundamente, al tiempo que la luz se iba apagando, como si estuviera siendo tragada por su sistema respitarorio. Todo se sumió en una total oscuridad. Al cabo de unos momentos,
en perfecto sincro con la exhalación del intruso, la luz retornó gradualmente, y ya inmersos en un estado de perplejidad total, Pickwell y Marcus advirtieron dos nuevos prodigios. Uno, que estaban en una estancia completamente diferente, aunque a todas luces parecía ratarse asimismo de un laboratorio científico; su equipamiento lucía tan moderno y superferolítico que parecía corresponder a futuros remotos. El otro, y tal vez el más oprendente, era que sus cuerpos no estaban allí. Solamente la percepción de ambos, no sujeta a enclave material alguno, era testigo de la siguiente escena: el individuo aquél, fuera lo que fuese, manipulaba unos huesos y ponía en funcionamiento las complejas maquinarias. Momentos después, los cuerpos desnudos e inmóviles de Picwell y Marcus eran proyectados, en análoga e inversa situación, cual imágenes tridimensionales a partir de aquellas muestras óseas. Se produjo allí una suerte de contacto tubular entre las psiquis escarnadas y las imágenes, y de pronto estuvieron nuevamente dentro de sus organismos, sin advertir diferencia alguna con la cotidianeidad de su experiencia corporal. Tras lo cual el extraño volvió a inhalar ese mundo y a exhalarlos en el de costumbre.

De nuevo en casa, convinieron en que una vez más necesitaban un trago, y volvieron a beber ponche, esta vez pasándose la botella y sorbiendo del pico. Mientras tanto, la presencia generada a partir de aquel paradójico fósil del futuro caminó hacia la pequeña cocina contigua al laboratorio, tomó una manzana de la frutera y la degustó con gozosa curiosidad. A Pickwell y a Marcus su presencia ya no les parecía tan desquiciante, algo se había soltado definitivamente dentro de ellos.
Una vez acabada la fruta, se les acercó y estiró la mano reclamando la botella. Marcus se la entregó y lo observaron beber generosamente, con inequívocas muestras de complacencia. El extraño huésped se sentó en el sillón y continuó bebiendo, dejando a su mirada posarse lúdicamente en cada detalle del entorno.
-Tío –preguntó Marcus- ¿usted se anima a pedirle la botella?
-No, está bien, déjasela.
-Y digo yo, ¿tiene otra?
-No.
-Entonces habrá que ir a comprar.
-Como quieras. –Contestó Pickwell, hurgando en sus bolsillos en busca de dinero. Estiró un billete de cinco pesos. Marcus lo tomó y se dirigió hacia la puerta. Entonces se volvió y consultó:
-Dígame, tío, estaba pensando... si uno consigue... esteeee... un hueso de una mujer Xavante, por ejemplo...
-No me preguntes nada, Marcus, por favor. Acabo de tomar conciencia dramáticamente de la medida de mi ignorancia. Aunque de todos modos sospecho el trasfondo de tu pregunta.
-Obvio. Entonces, ¿qué tal si llamamos un par de putas, ahora?
-Que sean tres. Parece que al fulano éste le gusta todo.