jueves, 30 de junio de 2011

MALAS TRADUCCIONES DE TRAKL

Sammy metió los dedos en pinza en el pequeño envase de telgopor, extrajo tres Chomps y se los comió de una, recostada en su cama, de costado, enfrentada a un viejo ropero con espejos en sus puertas que le devolvían la imagen de un elefante marino teñido de rubio y de excepcional kilaje. Aún siendo extremadamente benévola consigo misma debía admitir que era algo horrible. Fea y obesa, absolutamente desagradable. Así, claro, había llegado a los treinta sin la menor experiencia sexual. Ni siquiera algún flirteo superficial, algún noviazgo adolescente. Siempre había sido un cerdo, solamente había cosechado burlas y groseros desplantes por parte del sexo opuesto. Finalmente, había dejado la casa paterna intentando tener al menos un lugar propicio para iniciar cualquier relación posible. A esta altura no rechazaría ninguna, por miserable que fuese.
Era viernes por la noche. Por su cabeza pasaban una y otra vez los consejos de sus amigas en el sentido de que debía arreglarse y salir, ya que nadie iba a ir a buscarla a su casa. Que los hombres estaban fuera, y si no que mirara a fulana y a mengana, tan poco agraciadas y sin embargo tan cargadas sus agendas, etc., etc., etc. ¡Ah! Y sobre todo, que debía cambiar la actitud, que uno es tan lindo como se siente. Ella, lo que es, se sentía un adiposo adefesio. Pero debía cambiar la actitud.
Arrojó al piso los bocaditos de helado, subió el termotanque y se metió en la ducha. Les daría el gusto. Se arreglaría todo lo posible y saldría afuera, a la aventura, a aprovechar cualquier oportunidad que tuviese. Mientras el jabón se perdía en los pliegues de su abdomen, pensó que seguramente no tendría ninguna, que a lo máximo que podría aspirar era a ayudar a orinar a algún viejo borracho. Y quizás eso hasta fuera demasiado para ella. Al menos, podría tener un pene entre sus dedos.
Cuando cerró el grifo se miró al espejo nuevamente, y tuvo la percepción de una montaña de grasa blancuzca transpirando. ¿Cómo arreglaría todo aquello? Bueno, ya vería. Primero, debía secar aquella mole. Íntimamente sintió la frustración que le producía cavilar acerca de los lábiles ideales de belleza que animan cíclicamente a los hombres. Para los homínidos del paleolítico, de contextura famélica, ella hubiera representado el rol de sex symbol más impresionante. Y lo bien que la hubiera pasado con aquellos primates en celo. ¿Acaso ella no tenía más tetas que cualquier vedette? Tomó sus voluminosos senos y trató de levantarlos, pero rebalsaban por todos lados. Se colocó su mejor lencería, que era bastante vistosa aún a pesar de haber sido adquirida en la casa de talles especiales, donde las insinuantes puntillas no abundan. Con esfuerzo se colocó unas medias negras de nylon, y se enfundó en un vestido también negro, tras tensos momentos de lucha y sofocación. Finalmente, y como pudo, metió sus gruesos pies en zapatos charolados con taco alto y fino. Sabía que le iban a doler, pero al menos ese sufrimiento no sería moral.
Ya no tenía más remedio que enfrentarse a su cara, dado que debía maquillarse. Ni un genio renacentista sería capaz de hacer que se viera medianamente bien. Bueno, iba a tratar de remediar o corregir lo poco que se podía. Había que poner onda, si no...
Una vez lista llamó a un taxi. Había optado por no cotejar en el espejo el modelo terminado para no bajonearse. Iba a salir de allí sintiéndose Mata Hari, o alguien así. Tal vez fuera cierto eso de la actitud.
Indicó al chofer que la condujera a un bar que quedaba en la periferia de la zona roja, con la certeza de que allí sería capaz de encontrar sujetos masculinos más bien ansiosos, y tal vez no muy dispuestos a examinar detenidamente la mercancía. En todo caso, ella se daría gratis. Hasta ofrecería pagar el hotel y las bebidas, si era necesario (había observado, con beneplácito, que esperpentos incluso más desagradables que ella ofrecían sexo por dinero).
Durante el trayecto miró dos o tres veces al chofer por el retrovisor. Era un tipo grueso y grasiento que transpiraba profusamente, aunque no hacía frío. El olor acre de esas exudaciones movilizó las hormonas de Sammy, que miró con más insistencia. Cuando vio que sus miradas se cruzaban se permitió hacerle un insinuante mohín con exhibición lingual incluida. El gordo miró para otro lado. O era boludo, o se hacía; aunque parecía mucho más probable la segunda posibilidad. No le dejó propina.
Ingresó al bar. No había mucha gente. Tampoco mucha luz. Caminó hacia la barra como si el trayecto fuera una pasarela de Versacce. Se sentó en uno de los taburetes, sintiendo que en lugar de sentarse, se lo ponía, tal la manera en que era fagocitado por sus nalgas. Apenas alcanzaba a apoyar sus partes más recónditas. Tal vez, no obstante, esa presión representara un buen augurio. Pidió un brandy caliente y un café.
El barman era un tipo circunspecto, del tipo introvertido, bueno para cuando uno no tiene ganas de hablar, pero malo en otras circunstancias más verborrágicas. La mesera era una mocosa morocha de unos diecisiete o dieciocho años, no muy agraciada en su fisonomía pero con un cuerpo envidiable. “Si aquella criatura supiese el potencial de goces que guarda en esas carnes prietas…” pensó, pero enseguida se percató de que seguramente lo sabría; y mucho mejor que ella, que ya a los ocho años ocupaba dos asientos en el ómnibus.
Giró sobre el taburete para echar una ojeada al interior del bar, sobre todo a las zonas que no veía por el espejo de detrás de la barra. Habían dos o tres parejas desparramadas por ahí, y algunos pendejos con una onda super freak que hacía pensar que solamente querían cazarse un buen pedo de alcohol y pastillas para después jugar un rato al sobreviviente y luego irse a dormir a sus casitas pequeñoburguesas. Había errado el tiro. Volvió a girar y el taburete se incrustó un poco más. Parece que había rozado el punto g. Si las cosas seguían así, un par de horas más tarde se encontraría caminando por la calle 1 con un cartel de “servicio gratis” colgando del azotillo.
El café se había enfriado. Pidió al introvertido que le calentara el brandy, cuando vio por el espejo que al frente se detenía una cupé Chevy. Le gustaba la cupé Chevy. Le gustaban los autos grandes, por obvias razones. Mas de aquella cupé bajó un tipo fino, muy bien vestido, muy onda Aníbal Ibarra. Avanzó con paso felino y luciendo una sonrisa muy canchera, una gran seguridad en sí mismo. Era del tipo guiña-ojo-masca-chicle. Muy buen mozo, y atlético. Se sentó al lado de Sammy. La gorda se hacía pis de a chorritos. Se pidió otro brandy caliente, mientras se mecía levemente sobre el taburete: atrás, adelante, atrás, adelante.
El introvertido de pronto, y ante la llegada del joven, salió de su apatía y comenzó a conversar animadamente con aquella maravilla de polera gris. La mesera pendeja le dio un beso y Sammy vio como le brillaban los ojitos, aquellos ojitos de culebra en un cuerpo cimbreante.
Ya iba por el tercer brandy cuando se vio arrebatada de la contemplación de Toti –que así se llamaba- por unos versos que él mismo recitaba:

Esbeltas criaturas tantean por las calles nocturnas
buscando a su pastor enamorado.
Los sábados suena en las cabañas un dulce canto.

-Georg Trakl –dijo Sammy. -Traducción de Ángel Sánchez, seguramente no de las más felices.
-Epa, epa, epa! ¿Pero qué tenemos por aquí? –Preguntó Toti.
-Samantha Lespada, mucho gusto –se presentó Sammy, y estiró la mano como para estrecharla con la de Toti. Él la tomó y la besó (atrás, adelante, atrás, adelante)
-He quedado pasmado ¿es usted...
-Profesora de Filosofía y Letras. No es un gran mérito –la ansiedad la llevaba a seguir hablando compulsivamente, casi ahogada y con palpitaciones. -En cambio yo sí que estoy sorprendida. No muy a menudo me encuentro con jóvenes apuestos que recitan a Trakl de memoria.
-Si le resulto atractivo, quizás tengamos un problema por aquí.
-¿Por qué lo dice? –Preguntó Sammy, alarmada.
-Porque usted me encanta.
Sammy se empinó la copa de brandy que recién le había alcanzado el ex introvertido, pero estaba muy caliente y se quemó la boca. Casi lo vuelca, sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Pero será posible? Se levantó del taburete y sintió algo como un efecto sopapa. Fue al baño. Se mojó la boca y luego la examinó en el espejo. Si algo le faltaba para lucir ridícula, seguramente era ese semicírculo quemado sobre su labio superior y parte del bigote. Decidió irse. Salió del baño y pidió la adición. Toti, en tanto, la observaba con curiosidad. Al cabo le dijo:
-Espero no haberla molestado con lo que le dije.
-No es eso –contestó Sammy. -En todo caso le agradezco su mentira piadosa.
-Ni lo piense. Déjeme decirle una cosa. Me encantaría quedarme charlando con usted toda la noche.
-¿En serio lo dice?
-Claro. No todo es lo que parece. ¿Te puedo tutear? Samantha, estoy cansado de esas chiquilinas que solo ven televisión y cuya máxima aspiración consiste en parecerse todo lo posible a las modelos publicitarias. Vos no sabés cómo me seduce una mujer inteligente.
-Ah, ¿sí? – Atrás, adelante, atrás, adelante. -Y decime, ¿no te interesa para nada lo físico?
-Únicamente si forma parte de una comunión espiritual.
-Vos me estás jodiendo.
-¿Y cómo sabés?
Tenía razón. No había otro modo de saber que siguiendo aquel juego hasta el final. Decidió hacerlo, comprobando: primero, que el muchacho no sabía tanto de literatura como le había parecido en un primer momento; y segundo, que había perdido la cuenta de los brandys que había bebido y se encontraba en avanzado estado de ebriedad. Ya casi ni se preocupaba por que se avisparan de su íntimo meneo sobre el taburete.
Sacó su billetera para pagar pero Toti no la dejó, diciéndole al barman que cargara el gasto a su cuenta. Acto seguido, le propuso a Sammy que lo acompañara a su casa. Exultante, Sammy le contestó que jamás podría rehusar a un paseo en cupé Chevy. Toti sonrió, y fue como si el universo de Sammy centelleara en el reflejo de sus dientes perfectos.
Ya en el auto, Sammy no pudo contenerse y comenzó a acariciar la pierna de Toti, luego la entrepierna.
-Te gusta, ¿eh? –Dijo Toti, retirándole la mano con suavidad.- Esperá a que lleguemos a casa.
-Lo que digas, amor mío –contestó la gorda con tono cachondo.
-Si te portás bien vas a tener un lindo premio.
-¿Qué es, qué es?
-Es una sorpresa.
-¡Adoro las sorpresas! –Exclamó, dando una palmadita infantil sobre la bragueta de Toti, que respingó.
-¡Pará que me vas a hacer chocar! –Le dijo, y ambos rieron, aunque ella lo hizo bastante histéricamente. Luego de unos largos minutos, él le preguntó si sabía qué barrio era ese donde andaban.
-Ni idea –contestó Sammy.- Aparte, creo que tomé un poquito de más y no reconocería ni mi propia cuadra.
-Mejor.
-¿Cómo?
-No, digo que mejor que manejo yo, porque si no...
-Ah –dijo Sammy, y volvió a reír con desmesura.
Finalmente detuvo el auto. Bajaron y se dirigieron hacia una casa típica del suburbio platense, jardín al frente con enano y todo. La niebla, en cualquier caso, la hacía mas parecida a cualquier otra, menos identificable. Toti abrió la puerta y la invitó a pasar. Sin mediar palabra, aquella mole de carne caliente se arrojó sobre él, metiéndole la gruesa lengua en la boca, haciéndole temer por la integridad de su columna vertebral. Toti trató de aplacarla un poco, le dijo suavemente que se calmara, que iba a servir unos tragos. Cuando entraron en la habitación, ella le confesó que nunca había estado con un hombre.
-¿Ah, no? Entonces no te preocupés, has dado con la persona indicada.
-¡Oh, sí! ¡Oh, sí! – Repetía Sammy, batiendo palmas.
-Yo te voy a enseñar a coger como dios manda.
-Bueno, está bien, pero rápido –respondió la gorda, excitadísima.
-Un momento, profesora. Acá el que da la clase soy yo. Y si no hacés lo que yo te digo, doy por terminado el curso.
-Está bien, maestro. Hago todo lo que usted me diga.
-Primero, desvestite lentamente al lado del velador, así te veo bien.
-Me da vergüenza...
-No, así empezamos mal.
-Está bien, acá voy. ¿Está bien así?
-No, hacelo más lentamente.
-Bueno, ya está...
-¿Cómo que ya está? ¡Desnudate TODA!
-Bueno, ya. ¿Y ahora?
-Ahora, acostate boca arriba.
-¿Así?
-No, así no. Con las piernas abiertas, y los brazos extendidos hacia arriba.
-¿Así?
-Bueno, así. Ahora esperá –sacó de un cajón un par de pañuelos grandes y comenzó a atar las muñecas de Sammy al respaldo de la cama.
-Sos retorcidito, ¿eh? Esa la vi en una de Almodóvar.
-Esperá un cachito, que me parece que todavía no viste nada.
-¡No seas guarango, eh!
-Bueno, bueno, es que me hierve la sangre. Teneme un poco de paciencia, por favor –se excusó Toti, mientras con un par de bufandas aseguraba bien los tobillos de la gorda. Una vez asegurados, tomó un rollo de cinta adhesiva y se acercó a la cara de Sammy, mientras le decía:
-Vamos a hacer de cuenta de que yo te estoy violando.
-¡Si, sí, me encanta! –Dijo la gorda, justo antes de que le tapara la boca con la cinta.
Entonces Toti se incorporó de golpe, y de un modo totalmente inesperado gritó: “¡Hey, muchachos, vengan a ver lo que tengo acá!” Enseguida entraron cuatro tipos con muy feo aspecto. Aunque quizás su aspecto no fuera tan feo en realidad, ya que en el ominoso giro que había tomado la situación, hasta el propio Toti le parecía aborrecible.
-¡Huy, dió, qué ballena! Tené cuidado que te va a desvencijar la cama –dijo uno, y todos rieron.
-¡Mmmh! ¡Mmmmmh! –Se debatía Sammy
-¿Te fijaste qué tiene en la cartera? A ver si nos conviene más carnearla –dijo otro, y siguieron las risas. Sammy, a pesar del terror, no pudo evitar sentirse abochornada. Haciendo fuerza para soltarse, se había cagado.
-¡Gorda hija de puta! ¡Cerdo hediondo! ¡Mirá lo que hiciste! –Le recriminó Toti, mientras le retorcía violentamente un pezón.- ¡Pero mirá la bestia ésta los pezones que tiene! ¡Parecen hamburguesas! –Las risas arreciaban.- ¿Qué te creíste, vaca asquerosa, que me gustabas, que podía gustarme coger con vos?
-A vosh no, pe’o a mí shí.
La voz venía de la puerta. Acababa de entrar un petiso contrahecho, con un cretinismo evidente, dificultades motrices, cubierto de legañas y con una dentadura totalmente podrida.
-¡P’al Tito! ¡P’al Tito! ¡Carne p’al Tito! ¡Che, Tito, mirá toda la carne que tenés!
-¡Mmmh! ¡Mmmmmh!
El Tito se bajó los lienzos y trepó a la montaña de carne blanca. Había que ver cómo festejaba la popular. Al Tito no le importó literalmente una mierda la inmundicia que apestaba desde el teatro de operaciones. Comenzó su trabajo, con la contracción que suelen observar en estos menesteres los sujetos de su condición.
Sammy, en tanto, pensaba que si bien no era para nada lo que había deseado, al menos era algo. Cerró los ojos y pensó que era Toti y no Tito quien trabajaba febrilmente en su coño. En todo caso, era una simple inversión de vocales. Consiguió volver así a su anterior excitación. Comenzó a gozar, y mucho.
-¡Mucho. Tito, mirá como le gusta! –Alentó uno.
-Había resultado puta la gorda –observó otro.
Para cuando el deforme acabó, ella ya había tenido dos buenos orgasmos. El Tito se retiró como un héroe. Si no hubiera sido por el olor a mierda que había tomado, seguramente lo hubieran sacado en andas.
 
Lo último que Sammy sintió fue un pinchazo en el pliegue del codo, como si le estuvieran inyectando algo.
Cuando volvió en sí ya era de día: Estaba tirada en una vereda, semidesnuda, muerta de frío, con un tremendo dolor de cabeza y con náuseas, agudizadas por el intenso olor de la mierda que la embadurnaba. Iría con la policía, les diría que la habían secuestrado, robado y violado, y luego se conformaría con que la lleven a casa. No pediría más que eso, que la lleven a casa. Ni sabía adónde estaba.
Comenzó a caminar despaciosamente, tomando nota mental de que debía denunciar la pérdida de su visa dorada y hacerse un test de HIV; rápido, así el fin de semana siguiente podía intentarlo de nuevo.
Aunque esta vez, había aprendido algo: jamás volvería a confiar en un muchacho apuesto que recitara de memoria malas traducciones de Trakl.