jueves, 2 de junio de 2011

De demiurgos, separaciones y la versión de una obra de Bukowski en portugués que había conseguido esa misma tarde

Milo Manara

"El dios trascendente, reacio a humanas mensuras, un buen día regurgitó eso con lo que se alimenta -que es lo que hemos conceptualizado como materia- y mas tarde, cuando la sofisticación de las ecuaciones lo permitieron, nos vimos compulsados a interpretar tal función fisiológica como lo que se denominó Big Bang, teoría explosiva tanto en su inspiración como en sus deflagraciones en el campo intelectual.
Por supuesto, y quizá en concordancia con el espíritu de la leyes herméticas, se nos impuso imaginar el proceso inverso, esto es, una suerte de deglución o aspiración de dichas emanaciones, lo que llevaría a considerar seriamente la posibilidad de que estemos sujetos a la mecánica establecida por una divinidad, incausada o demiúrgica, que halla sustento en un caldo primigenio rumiado cíclicamente. Visto así, nuestra azarosa existencia tendría lugar en el magma digestivo de un incierto principio presuntamente incausado y, lo que es peor para nuestro hambre de certidumbres, la hasta hace poco axiomática locucion ex nihilo nihil fit quedaría absolutamente perimida. Milenios de tradición refutados por una partícula infinitesimal de tiempo en la que algo estalla; y ese algo, si estalla, no puede ser nada. Hilando fino, nada puede ser nada, me cago en la intuición parmenideana. Aunque pensándolo bien, nada no es nada, nada es solo un concepto, y ello si asumimos que un concepto es, en si, algo. El organismo humano, -reducido a los términos operativos correspondientes a la física y a la química, incluso soslayando las vibraciones que quedan por fuera del espectro que en tales disciplinas dominamos-, ¿comprende, comprehende (para decirlo con un término más escolástico) a la configuración cósmica que lo contiene? Es obvio que no. Lo que no ha resultado históricamente tan obvio es la viceversa. Siempre, o casi, se ha presupuesto que lo trascendente comprehende a sus criaturas, mas ello parece responder mas a una necesidad fruto de nuestra angustiosa contingencia que a sólidos basamentos epistemológicos o de mero sentido común. Lo trascendente parece más atento a sus procesos catártico- digestivos que a los contenidos específicos de sus revulsivos efluvios. Tal vez sera bueno que bebiera el equivalente macrocósmico a sales de fruta, para generar universos más gaseosos, menos coagulados, en el cual las conciencias tuvieran un menor grado de dolencias físicas. Casi angélicas eructaciones pululando entre agujeros no tan negros, quizá grisáceos.

Amanda dejó la hoja de papel a un lado, sobre la cama. Se repantigó, encendió un cigarrillo, tomó el control remoto y encendió el televisor. Cambió unos cuantos canales hasta detenerse en uno de esos programas tan estúpidamente frívolos en los que varios subnormales chismorrean, generalmente acerca de escándalos inventados relativos a “artistas” de la TV en busca de promoción. Me ofusqué, pero no dije nada. Cualquier observación al respecto funcionaría indefectiblemente como catalizador de una nueva reyerta. Yo era el superado, el superior o cualquier otra forma adjetival respondiente a esa familia de palabras o a alguna otra por el estilo. El hecho que detestara a toda esa caterva de comemierdas y a los idiotas que se emocionaban con sus trapisondas ficticias me convertía inmediatamente en un elitista, rebuscado, intolerable pseudointelectual. Sin derecho a voz ni voto. Una especie de desclasado por el peso especifico de su fatua e hipertrofiada autoestima. Todo habría ido bien, incluso mas allá de nuestras posiciones ubicadas en los extremos pendulares del vaivén ideológico, si me hubiese dejado leer tranquilo la versión de una obra de Bukowski en portugués que había conseguido esa misma tarde, sin empezar con la cantinela:
-Ves, no sos capaz de compartir nada.
-¿Cómo que no comparto nada? ¿Acaso no estamos en la misma cama, vivimos en la misma casa, tenemos la misma cuenta bancaria, el mismo auto, el mismo inodoro, los mismos herpes en los genitales?
-Ya te empezás a hacer el loco. Y es patético, porque pareces mucho mas tonto que loco, ¿sabés?
-Puede ser, pero no me detengo a mirar monigotes que venden mierda envasada para imbéciles sin vida propia.
-No, claro, vos estas mucho mas allá de eso... (otra vez la chancha a los choclos). Vos sos el genio incomprendido, el que sufre la injusticia de estar rodeado de imbéciles que no comprenden su profundidad...
-Una persona sola no es suficiente para estar rodeado –dije, ya ofuscado aun en la incipiencia del altercado, mas que nada debido a la sucesión continua de situaciones análogas que se venían produciendo, cada vez con mayor asiduidad..
-¿Te referís a mi? –Preguntó, implícita la ofensa en tono y actitud.
-Si no querés ponerte el sayo, no hagas preguntas estúpidas.
-¿Y vos qué? Bueno para nada, mira las pelotudeces que escribís –argumentó, mientras me arrojaba la hoja que acababa de leer; de motu proprio, por cierto, habrán colegido ya que jamás se me ocurriría dar a leer un texto como aquél a una persona como ésta. –Y después te quejás porque no te editan. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría leer esa sarta de sandeces, encima pretenciosas? Madurá, querido, ya no sos un pendejo para andar haciéndote el poeta, o el filósofo, a esta altura del partido. Ya no te quedan puertas por tocar de las que no te hayan echado. ¿No te dice nada eso? ¿No te hace pensar que es hora de que hagas algo por tu vida y por la de los demás, algo que no sea pavonearte con tus estupideces y acusar al resto de las personas de ignorancia?
-Hay muchas personas que disfrutan de lo que escribo.
-¿Muchas? ¿Cuántas? ¿Cinco? ¿Diez borrachos como vos, que se juntan a hacerse los vivos entre ustedes, a declarar su superioridad sobre los demás en base a unas cuantas fantochadas que únicamente ustedes festejan? Querido, pone los pies sobre la tierra. Ya sos bastante grande para seguir asumiendo poses adolescentes.
-Por eso me conviene informarme con quién coge o deja de coger la protagonista de la novela de la tarde. Eso me ayudaría a madurar, ¿no es cierto?
-Deja de forzar las interpretaciones, ese jueguito no te cuadra conmigo. La gente de provecho, la que hace algo útil para si misma y para los demás, tiene derecho a distenderse, a divertirse con cosas comunes, livianas si querés. Es una manera de descansar la mente para los que la utilizan en algo productivo. Claro que puede resultar tediosa para los lunáticos que se creen superiores. Yo no te digo que no escribas, te digo que escribas cosas comunes, cosas que entiendan y puedan sentir las personas normales, y no esta sarta de delirios con aires elitistas.
-¿Vos, me vas a decir a mi sobre que escribir? ¿Tan luego vos, que lo más elevado que leíste es la TV Guía?
-Seguí descalificando, dale. Ni siquiera apreciás la intención. ¿No te das cuenta que estoy tratando de ayudarte?
-¿De ayudarme? Dejá, dejá, no me ayudes más, por favor.
-No te hagas el irónico que no te queda bien. Estoy tratando de decirte que si escribieras sobre hechos concretos, historias comunes, cotidianas, serías mucho mas popular.
-Si quisiera ser popular, me dedicaría a otra cosa.
-Creo que seria bueno que vayas considerando esa posibilidad, si no querés morirte frustrado.
-Me sentiría frustrado si no fuese capaz de escribir lo que escribo, o si escribiera monigotadas para consumo de miles de energúmenos.
-Yo no se como todavía te aguanto. Es difícil convivir con alguien que se cree la gran cosa y no es más que un payaso en su imaginaria torre de marfil.
-Casi casi estas superando la media de los lectores de TV Guía, con frases como ésa.
-Mi madre tenía razón cuando me alertó acerca de tus complejos de superioridad.
-Si hay algo que tu madre nunca tuvo, es razón.
-!¿Qué tenés que decir, de mi vieja, a ver?!
-Nada, dejá, que en paz descanse, si puede.
-El problema acá es TU vieja, que siempre te hizo creer que eras un genio y vos, de orate que sos nomás, te lo creíste. Y acá están las consecuencias, absolutamente a la vista.
La cosa continuo en esa vena, que todo lector un poco mas agudo que Amanda podrá imaginar sin tener que seguir soportando estas mediocridades tan prosaicas. Es por ello que paso a obviarlas. El hecho es que mientras la puja verbal proseguía, dejé a un lado la versión de una obra de Bukowski en portugués que había conseguido esa misma tarde y comencé a masajearme disimuladamente el miembro. Había solo una cosa que podía terminar con toda esa sarta de reproches teñidos de resentimiento, y eso era una buena empernada. Bueno, ése era el metier de los programas televisivos que tanto le gustaban, quién fornicaba con quién. Al menos en eso era coherente. Cuando logré empinarla, y en medio de una frase suya que decía algo respecto de que el soberano (el pueblo) nunca se equivocaba, me destapé y le mostré el pináculo peneano. Protestó brevemente por lo que parecía una actitud soez, no muy convencida a causa de la libido que la visión le estimulaba, y a poco estabámos copulando salvajemente, con esa dosis extra de hormonas que suele producir la disputa previa. Una vez agotadas nuestras reservas de fluidos, me incorpore y comencé a vestirme. -¿Adónde vas? Preguntó. -A comprar cigarrillos, respondí. Lamento haber incurrido en una falacia tan pueril y remanida, tan luego yo, dado como se dice que soy a los rebusques de forma y trama. Pero así fue. Como tantas otras veces, me fui con lo puesto, un puñado de billetes y mi tarjeta de crédito, que pese a mi condición poética, la tenia.
Entré a un bar, me senté en la barra y pedí una ginebra. Mientras era servido, encendí un cigarrillo y caí en la cuenta que el televisor ubicado a escasos tres o cuatro metros estaba sintonizado en el programa de chimentos. Así que abrí la versión de una obra de Bukowski en portugués que había conseguido esa misma tarde y procuré enfrascarme en la lectura, pero los chillidos y comentarios estentóreos de los oligofrénicos panelistas me lo impedían.
-Oiga, jefe –dije al barman. –¿No hay otra cosa para ver?
-Qué pasa, amigo –dijo, con un tono paradójicamente poco amigable. –¿No le gusta este programa?
-Para serle franco, lo detesto.
-Parece que es de la clase de personas que hacen ostentación de su cultura –dijo, ahora con animosidad ostensible. -Si quiere ver otra cosa, vaya a un centro cultural, o a un museo. Éste es un bar de gente común. Y lo que detestamos por acá es a los que la van de “inteletuales“.
Apuré la copa, arrojé un billete y me fui. Por un momento me dio por pensar que tal vez Amanda, el barman grasiento y muchísimos más podían llegar a tener razón, pero solo fue un conato de imbecilidad inducido, y que ganó espacio a caballo de un estado depresivo que sabía por experiencia que no iba a durar mucho. Renté una habitación en un hotel barato, me acosté y leí unas cuantas paginas de la versión de una obra de Bukowski en portugués que había conseguido esa misma tarde.
Antes de dormirme, me vino una certeza, y ésta sí que perduró hasta hoy que escribo estas líneas: en la actual instancia cósmica, las regurgitaciones del demiurgo dejaban muchísimo que desear. Y no había nada que hacer con ello.