martes, 31 de mayo de 2011

Onírico fragmento...

       
...extraído de “La sombra del relámpago

(“¿Sos capaz de soñar? ¿Sos capaz de soñar?”) Francamente insidioso me puse a destripar terrones a puras patadas, sujetando mi conciencia de su evidente materialidad. El cielo rojo del amanecer era contundente, no era solamente un área que iba en degradé hacia colores fríos, era todo rojo.
No muy lejos, sobre unas lomitas que me hicieron acordar a San Luis, se veía una mesa de jardín -cuya sombrilla parecía reflejar sangre del cielo- con dos personas debajo. Conversaban animadamente, distraídas por completo del entorno apocalíptico que sugería el otrora azur, ahora onda efecto invernadero. También bebían como al descuido, con la naturalidad de esa burguesía que nunca estalla de gozo al contacto de las mucosas con el fino champagne. Sentí que debía dar a la bebida aquella –fuera la que fuese- los honores que merecía, así que me aproximé silbando bajito y como quien no quiere la cosa. A poco advertí que uno de los contertulios era el tuerto de las otras noches, pero esta vez no me pareció tan guarro. A su lado, una gorda de unos sesenta años emperifollada y fumando de una boquilla exageradamente larga.
‘Estoy haciendo unas investigaciones’ dije, mientras me sentaba a la mesa con un desparpajo impropio respecto de mi personalidad habitual. ‘Me gustaría ver si el champagne en sueños sabe tan bien como el otro’
‘Te estábamos esperando, ¿no es así, querida Helena?’
‘Oh, sí, oh sí, tenía muchas ganas de conocer a este joven, estimado Maurice. ¿Gabriel, no?’
‘Sí, Gabriel. ¿Y quiénes coño son ustedes? Digo, si se puede saber. Maurice y Helena, ya. Maurice, eche un poco de escabio.’
El tipo me hizo caso. Mientras servía, me señaló:
‘Quizás no hayas reparado en la relevancia de tu interlocutora.’
‘No parece gran cosa’ –respondí, mientras paladeaba un exquisito y helado champagne ligeramente dulce. ‘¡Aaaaaahhhhh, así se hace! Loco, esto no es verso. Soñando a veces gozás más que en vigilia, ¿no?’
‘¡Pero claro!’ –Asintió Maurice.
‘¡Brindo por la señora gorda aquí presente!’ Exclamé, mientras elevaba mi copa hacia el rojo firmamento.
‘La señora gorda aquí presente, no es otra que la mismísima Madame Blavatsky. Madame Helena Petrovna Blavastsky’ La gorda sonreía, al parecer muy ufana y segura de sí misma.
‘Ta en pedo, maestro, la Blavatsky murió a fines del siglo XIX, y ya casi estamos en el XXI.’
‘¿Y?’
‘Bué, y yo qué se... falta algo acá... ¡música! ¡Eso! ¡Falta música!’
La gorda chasqueó los dedos y arrancó el scherzo nº 2 de Chopin.
‘¿Cómo hiciste eso?’ Pregunté.
‘¿Cuántos megabytes tiene tu sueño?’ Inquirió a su vez.
‘Ahá. Es una buena pregunta. No sé, la verdad... ¿seis millones?’
‘No, querido, infinitos. Ésa es la esencia de la creación’
‘Decí que el champán está bueno, que si no....’
‘Por eso aún puedo estar aquí’
Miré a Maurice y le dije:
‘Diga, don, ¿no se está poniendo un poquito metafísico, ésto?’
‘Tienes que entender. Tienes que entender.’
‘¿Qué mierda es lo que tengo que entender?’
‘Pero es más amplio, a lo que me refiero. Tenga, fúmate un buen puro’
‘La cosa parece marchar sobre ruedas, por aquí, ¿no? Lástima el cielo, tan rojo’ dije, mientras chupaba de aquel habano que sabía a magias caribeñas. No tardé en mezclar su bouquet con el del champagne.
‘¡Ése cielo’ sentenció Madame Blavatsky ‘no es más que un signo del fin de los tiempos que yo misma he presagiado, y para ello estoy aquí: para asistir a la realización de mi profecía, burdo escritorzuelo de pacotilla! Puedes contar que te lo he dicho, más allá de los inmensos pasillos del tiempo etérico.’
‘¡Pero andá, gorda new age! ¡Al final tiene razón Renato, son todas unas chantas!’
‘Podés decirle eso de parte mía a Renato. Que se acuerde de eso, precisamente. Que somos todas unas chantas.’
Tras lo cual, se levantó de su silla y meneando el cuerpo al son de Chopin, procedió a desnudarse sin preámbulos ni afectación alguna. Su cuerpo se transfiguró en un esbelto ejemplar femenino en su punto. Tuve una reminiscencia de una película de Buñuel. ‘¡Somos todas unas chantas!’, repetía, entre carcajadas cada vez más histéricas. Me volví hacia Maurice y vi con sorpresa que se estaba masturbando, y también reía.
‘Con que ésas tenemos’ dije, mientras trasegaba todo el champagne que podía. El Rojo era como que se me estaba metiendo dentro del cuerpo. Traté de distinguir el sol, pero no pude. Supuse que estaría por allí, detrás de toda esa rojez. El sol, nada menos. Mme. Blavatsky dejó de reírse, me miró fijamente con la autoridad que le daba su agresiva y bella desnudez, y volvió a espetarme:
¿Cuántos megabytes tiene tu sueño?
 
TODO ES UNA EXCUSA
 
Una mujer desnuda
El scherzo nº 2 de Chopin
Finos decorados
La champaña
El puro
Los ojos
Eternamente persiguiendo al sol
El aire
Que sustenta pero que hace como que no está
Los grillos
Dedicándole a la oscuridad
Su ríspida mensura inútil pero inclaudicable
Como cada bocanada de aire
La tarjeta de plástico que dice quién sos
(Y que es una bomba de tiempo atada a tu muñeca)
La madera que arde y la que sostiene
La sangre seca en tu nariz
El fatuo sombrero de fieltro
La memoria
Cuya eficacia depende del nivel de oxígeno
Tu sigilo
Siempre solapando extrañas debilidades
El aire de la noche
Que hace como que está pero que no está
Vos
Y los ojos
Eternamente persiguiendo al sol